El grupo ya lo formamos veinticinco, y hoy quince de nosotros nos hemos ido de excursión a Abidos. Algunos por desgracia no han podido venir porque se encontraban pachuchos. Es la campaña que estamos teniendo más bajas. El viaje de ida se nos ha hecho muy largo porque hemos ido escoltados por un coche de policía todo el camino y hemos acabado tardado dos horas más que a la vuelta cogiendo directos la carretera del desierto occidental. Pero al llegar, ya en la primera sala se te olvida por completo la pesadez del autobús, al sumergirte por completo en un bosque de columnas y de escenas en relieve mostrando a Ramsés II realizando ofrendas a distintas divinidades.
Curro nos ha ido explicando detalladamente muchas de las escenas, que reproducen el ritual celebrado en el templo, algunos momentos clave de la mitología del dios Osiris y el vínculo de la monarquía con la divinidad. La verdad es que los relieves se conservan magníficamente y ofrecen una buena oportunidad para conocer detalles de la religión egipcia y de su mentalidad. La calidad artística en el siglo XII a. C., bajo los reinados de Seti I y de Ramsés II, es verdaderamente excepcional. Y como se acercan pocos turistas hasta aquí, es un placer poder disfrutar de un templo como este a tus anchas.
Salimos del templo y nos asomamos al Osireion, que por desgracia estaba cerrado a las visitas. Desde allí fuimos andando a ver los retos de un templo que levantó el rey Ramsés II. En la cara exterior del muro que rodea al templo se representa la batalla de Qadesh. Aunque sólo se conserva la parte de abajo del muro, se pueden apreciar los detalles de la batalla mejor que en ningún otro templo, el armamento de los mercenarios “shardanu” (¿de Cerdeña?) que luchan en el lado egipcio y la derrota sufrida por los hititas. También el interior es para disfrutar, pues a pesar de estar a cielo abierto, se conserva muy bien la policromía. Sí, el viaje mereció la pena. Comimos unos bocadillos en el parking semivacío y regresamos adormilados al Marsam.