23 Mayo 2021

La tenue luz del amanecer se coló entre las contraventanas de la habitación sobre las cinco de la mañana. Había quedado con Alí tres horas más tarde, para comenzar el periplo burocrático previo al comienzo de la campaña. La primera parada se encuentra al otro lado del río, en las oficinas del Ministerio de Antigüedades que están junto al Museo. Allí se sellan los papeles que conseguimos en El Cairo a comienzos de abril y se nos asigna el Inspector del ministerio que nos acompañará durante toda la campaña para vigilar que hacemos lo que figura en el plan de trabajo que fue aprobado allá por el mes de agosto pasado. El Inspector de este año se llama Mahomoud Suleiman, un chico joven de aspecto y trato agradable. Luego, volvimos a cruzar el Nilo en una barca de motor fueraborda que los locales llaman “lanch”, para dirigirnos al “taftish”, a la oficina del servicio de antigüedades en el West Bank. Donde el mismo papel vuelve a recibir otro sello de aprobación, se fotocopian los pasaportes de los miembros del equipo que ya estamos aquí y se registra la entrega oficial al Inspector del manojo de llaves del yacimiento, de las cancelas de las tumbas y de los numerosos arcones de madera. Por engorroso que parezcan todos estos trámites, nada que ver con la obsoleta, irracional y enormemente frustrante y desalentadora burocracia a la que está sometida la investigación científica en España.

Conseguimos, como suele ocurrir todos los años, acercarnos al yacimiento a última hora de la mañana, con tiempo suficiente para abrir las tumbas principales, comprobar que todo está en orden y firmar un nuevo papel en el que se confirma que los “gafires”, los vigilantes de la necrópolis han hecho su trabajo y todo está en orden. Tanto el interior de la tumba de Djehuty, como de la de Hery, estaba especialmente polvoriento y con numerosas bolsas de plástico, consecuencia de un fortísimo viento que había soplado durante varios días hacía muy poco. Pero lo importante es que todo estaba en su sitio y en orden. Así, nos ahorraríamos interrogatorios al “estilo papiro Abbott” de la dinastía XXI, cuando los guardianes de la necrópolis se distrajeron de sus funciones y las tumbas fueron saqueadas.

Por la mañana, se habían desembalado los bultos que trajimos de España y se había organizado nuestro centro de operaciones en el Hotel Marsam, apodado “el Chiringuito”. También se pasó revisión al material que dejamos de una campaña para otra en un almacén del hotel. De nuevo, no había sorpresas que lamentar. Como medida de precaución, y aprovechando que los turistas todavía no han recuperado la confianza y están volviendo con cuenta gotas, cada miembro del equipo ocupará una habitación individual, lo que también ayuda a la logística. Comimos en el patio del Marsam pasadas las dos de la tarde y de nuevo, disfrutamos cada segundo del magnífico patio, de la sombra de sus palmeras y de la buenísima comida que prepara su cocinero: hoy ensalada de remolacha con cacahuetes, hummus, arroz y cazuelita de pollo guisado con cebollitas. Por la tarde, sin abandonar el patio, nos entregamos al trabajo con los portátiles. A mí (igual que a otros) me venció el cansancio y no encontré fuerzas de terminar el Diario de Excavación. “Bukra, en-sha-Alá”…