23 enero 2009

Un viernes más, hemos hecho una excursión maravillosa, de las que no se olvidan. El rais Alí nos recogió en el hotel a las siete de la mañana en una pequeña camioneta. Nos dirigimos hacia el sur y, como ahora ya no hay que ir en convoy, el viaje se hizo muy cómodo y agradable. La primera parada era el-Kab, a ochenta kilómetros. Allí hay una necrópolis con tres tumbas excavadas en la roca de una colina y talladas en relieve, de comienzos de la dinastía XVIII, es decir, contemporáneas a Hery y a Djehuty. Pertenecen a un soldado llamado Ahmose hijo de Ebana, a su nieto Pahery, y a Reneni. Ya las visitamos hace un par de años, pero queríamos volverlas a ver para comparar su estilo y su iconografía con las nuestras tumbas. La segunda y tercera están publicadas hace cien años y de una forma poco precisa para estándares modernos. La primera, a pesar de su importancia histórica, pues Ahmose cuenta en su extensa biografía su participación en las campañas militares de varios reyes por Siria-Palestina y por Nubia, ni siquiera está publicada.

Después de ver las tumbas con detenimiento, condujimos un par de kilómetros para visitar el pequeño templo que levantó Amenhotep III, cerca de la “roca de los buitres”. El interior de la capilla conserva en muy buen estado el relieve polícromo, que representa al rey en compañía de varios dioses del lugar, entre los que sobre sale la diosa Nekhbet, la diosa buitre de el-Kab.

Continuamos hacia el sur, pues nuestro destino final era Gebel el-Silsila, al sur de Edfu y justo antes de llegar a Kom Ombo. Justo en esa zona el cauce del Nilo se estrecha y la roca pasa de ser caliza (como tenemos en Luxor), a ser arenisca. Gebel el-Silsila era la principal fuente de piedra arenisca para la construcción de templos en la antigua Tebas, sobre todo durante la dinastía XVIII. En la época de Hatshepsut y de Tutmosis III se trabajaron intensamente las canteras, y los altos funcionarios involucrados directa o indirectamente en el embellecimiento y magnificación de la capital del imperio se hicieron tallar pequeñas capillas, como pequeños cenotafios funerarios. No se conoce ninguna capilla o inscripción de nuestro querido Djehuty, supervisor de los trabajos de la reina, pero muchos de sus contemporáneos en la corte tienen capillas cuidadosamente talladas, mirando al río, en un marco incomparable.

Las capillas se encuentran en el lado occidental (de ahí su carácter funerario). En la orilla oriental hay alguna inscripción, pero no hay capillas. Sin embargo, las canteras adquieren unas dimensiones colosales, adentrándose en la montaña y formando galerías de una altura exagerada. La luz de la tarde provocaba unas tonalidades en la roca de película.