18 enero 2009

El día de hoy ha estado cargado de emociones muy intensas, irrepetibles. Pasar la mañana con Iqer, de 4.000 años de edad es algo que, cuando te paras a pensarlo, trasciendo todo lo imaginable. Y ahí estaba él, tranquilo, acostado de lado, con sus dos arcos y tres bastones posados sobre su cuerpo para darle dignidad y distinción en su camino hacia el Más Allá. Medía un metro y medio, la estatura media en el antiguo Egipto, y la longitud sus arcos le sobrepasaban diez centímetros. La máscara de cartonaje pintado, que se colocaba sobre la cabeza del cuerpo amortajado del difunto, está muy dañada y es tremendamente frágil. La parte de arriba se ha hundido, pero la mitad de abajo conserva bien el ojo pintado y parte de la barba punteada en negro. Sobre el pecho se pintó un collar muy colorido y la parte inferior se recubrió con una fina tela de lino y luego se anudó todo al cuerpo.

Carlos diseñó un sistema para extraer uno de los tablones laterales del ataúd apoyándolo en otra tabla con apoyo. La operación salió perfecta, aunque con mucho sufrimiento. Así, Iqer quedó casi totalmente expuesto y listo para ser radiografiado. Pero antes volvimos a realizar una sesión fotográfica, Carlos tomó apuntes para sus estupendos dibujos arqueológicos (y artísticos), Salima y el mudir examinaron los detalles y Pía y Nieves comenzaron a retirar la tierra y el polvo sobre las vendas. Ahora se podía ver claramente en la parte inferior, cómo los arcos y bastones se ataron al cuerpo con una cinta. Algunos huesecillos de los pies quedaron al aire y Roxie Walker pudo estimar que Iqer debía ser un adulto joven, es decir, entre 25 y 30 años, cuando falleció.

Entre tanto, hoy entramos por primera vez dentro de la cámara funeraria de Djehuty. Antes de comenzar a excavar dentro, hay que anotar bien el estado de la cámara, cómo nos encontramos su interior, lo que se ve en superficie. Luego, una buena sesión fotográfica, unos dibujos… Hay que ir poco a poco para no perder información.