Forrest Gump decía, “la vida es como una caja de bombones…” Hoy, en el brindis de la cena de despedida de Cesare, nuestro patrocinador, me ha salido decir (este año, no sé por qué, he debido pronunciar ya una decena de brindis), “La vida es un problema, un problema salpicado de pequeños problemas a los que no hay más remedio que encarar y tratar de solventar lo mejor posible. Una de las cosas mejores que tiene esta carrera de obstáculos es la posibilidad de encontrarse por el camino con gente correcta (en egipcio antiguo sería /nefer-her/), amable, sensible, inteligente… gente que en los momentos difíciles saben estar a la altura de las circunstancias e incluso infundir confianza y ánimo a los demás. Y, así, es una suerte estar sentado a la mesa entre Cesare y Abdelhakim…” Y es que nada que merezca la pena es fácil… Cesare me apuntó en un momento que había que resaltar lo esencial y distinguirlo de los problemas superfluos, que, por esa misma razón, no son problemas reales. Bueno, como le explica la Serpiente al protagonista del cuento egipcio de ‘El Naúfrago’, “Qué feliz es quien narra lo que ha sufrido, cuando lo malo se pasa!”.
Hoy Cesare ha estado todo el día en el yacimiento, viendo todos los detalles de la excavación, de los distintos trabajos que se llevan hacen a la vez, de las tumbas y los principales objetos hallados en las últimas campañas. Al final del día, cuando los trabajadores habían ya terminado y el yacimiento estaba en calma, abrimos el ataúd y dejamos expuesta la momia que descansaba en su interior. El ataúd lo habíamos colocado en el vestíbulo de la tumba de Djehuty y, a pesar de que el espacio es relativamente pequeño, debíamos estar unas veinte personas presenciando el momento. La tapa se levantó con relativa facilidad y, a pesar de la tensión del momento, todo salió a la perfección. Fue un momento muy intenso, inolvidable. La celebración era inevitable.