15 febrero 2007

Hoy llegamos al yacimiento media hora antes, a las 6:30, antes del amanecer, para sacar fotos del ataúd en sombra. Uno de los problemas de la fotografía arqueológica en Egipto es que el sol es tan intenso que el contraste entre luces y sombras es muy brusco. Como mejor se ve el terreno, las estructuras y los objetos es con un poco de sombra. Así que ayer dejamos todo preparado y limpio para no perder hoy tiempo y realizar una sesión antes de que los primeros rayos incidieran en el patio de Djehuty.

El siguiente paso fue analizar qué era lo más conveniente hacer. La madera del ataúd estaba en muy mal estado y en algunas partes no se podía ni tocar. Además, la base estaba adherida a la roca del suelo, consecuencia del peso de muchos metros cúbicos de tierra y piedras ejerciendo presión sobre él durante muchísimos años. Si lo tratábamos de levantar y transportar dentro de la tumba de Djehuty corríamos el riesgo de que se nos desmoronara en el proceso y de perder toda la información. Decidimos entonces, como ayer había apuntado Curro, que lo mejor sería abrirlo “in situ”, sin tocarlo. Así, por lo menos, podríamos investigarlo bien.

Relacionado con este problema se discutió sobre la conveniencia de consolidarlo con Paraloid. Ahmed era partidario de ello y afirmaba que en una semana podría darle suficiente consistencia a la madera. Pía, sin embargo, opinaba que la madera estaba hecha puré, que el Paraloid sólo daría una falsa apariencia de solidez que no resistiría el peso del contenido del ataúd. El ataúd, por otro lado, no tenía nada de decoración, ni tenía, por así decirlo, valor artístico intrínseco. El valor principal era, sin duda, socio-histórico y científico. De nuevo, como nos pasó hace ya cuatro años con la Dama Blanca, había también que tener en cuenta el tiempo disponible y ser prácticos, realistas.

Pía y Carlos comenzaron a limpiarlo, a retirarle la tierra de las grietas y a tratar de liberar la tapa de la caja, mientras esperábamos la llegada de las autoridades del Servicio de Antigüedades. Llegaron sobre las diez de la mañana y nos dieron carta blanca para hacer lo que pensáramos más adecuado.

Cuando por fin levantamos la tapa, quedó a la vista el esqueleto de un individuo. El cuerpo no se había momificado. Parecía no llevar ningún tipo de joya o amuleto; ni siquiera se había hecho acompañar de alguna cerámica. El propietario debió tener un enterramiento ciertamente humilde. La parte inferior del cuerpo, de la pelvis a los pies, estaba cubierto de una fina capa de arena, consecuencia de sucesivas filtraciones de agua. Lo curioso fue comprobar cómo las inundaciones que sufrió el ataúd se reflejaban también en el corte de la cata.

Gemma y Carlos comenzaron a retirar, muy poco a poco, la arena y el barro depositado sobre el difunto, para que cuando venga Roxy Walker pueda analizar los huesos sin tardanza. Al final de la jornada, construimos una caja de madera para cubrirlo y poder dejarlo en el lugar, sin levantarlo.