31 enero 2013

Bueno. Ayer salió en la tele y en los diarios digitales la noticia de nuestro hallazgo de un ataúd de la dinastía XVII, y hoy salía en las ediciones en papel. Uno de nuestros seguidores internautas me escribió un correo preguntándome cómo es que no habíamos contado nada en el Diario de Excavación. Pues el asunto es que el Consejo Supremo de Antigüedades requiere, con todo derecho y lógica, ser ellos quienes anuncien los hallazgos significativos, por lo que no teníamos más remedio que guardar silencio y esperar a que se hiciera el anuncio oficial. Ahora tenemos ya luz verde y os resumiremos entre hoy y el sábado parte de la historia.

El hallazgo se produjo el día 26, sábado, en la zona que supervisa José Miguel en el ya “famoso” Sector 10. Yuma, uno de nuestros trabajadores más queridos, que lleva con nosotros desde el principio, comenzó a sacar a la luz, a primera hora de la mañana, un ataúd de madera pintado de blanco. El ataúd se había depositado sobre el suelo sin ninguna protección por encima, ni cerámica o mesa de ofrendas en su proximidad. Lo curioso es que se había colocado de lado sobre el suelo y se había sujetado de canto mediante piedras a los lados. A pesar de que corrió agua por fuera y por dentro se conservaba en un estado excelente. El tamaño dejaba claro que se trataría de un niño, pues mide de largo 0,90 m. El ataúd es antropomorfo y, pese a no tener a la vista ni decoración, ni inscripción alguna que pudiera identificar a su propietario, quedaba claro, por la talla de la cara y el tocado de la cabeza que perteneció a la dinastía XVII, ca. 1550 a. C. Si hubiera llegado a pintarse, su decoración hubiera sido del tipo “rishi-coffin”, es decir, se le hubieran pintado dos alas abrazándole desde atrás y desplegadas sobre el pecho, como protección en el Más Allá.

Al final de la mañana, después de haber documentado el área del hallazgo de forma exhaustiva, trasladamos al ataúd sobre una plancha de madera al interior de la tumba-capilla de Djehuty. Había sido un día intenso, de emociones y de trabajo. Todo había salido rodado, gracias a un buen trabajo en equipo. Ahora podíamos respirar y relajarnos. Pero por poco tiempo, pues teníamos que empezar a diseñar el plan de la apertura del ataúd.