Cumpliendo con la tradición de todos los años, un grupo hemos subido a lo alto de la montaña, hasta el-Qurn. Comenzamos el paseo en Deir el-Bahari y andando por el borde del farallón pudimos disfrutar de unas vistas inmejorables del templo del primer rey tebano de la historia de Egipto, Montuhotep, que unificó el país bajo su mando y reino entrono al año 2000 a. C. Unos quinientos años después, la reina Hatshepsut, tras coronarse rey del Alto y Bajo Egipto, construyó su templo funerario junto al de Montuhotep para asociarse con el rey tebano por antonomasia, y años después hizo lo mismo Tutmosis III. En ese lugar también había una pequeña capilla excavada en la roca de la montaña, un hipogeo o speos, dedicado a la diosa Hathor, por lo que política y religión se unían y estrechaban lazos en un mismo lugar.
Continuando el paseo por las alturas, se divisa, junto al valle fértil, el templo funerario de Ramsés II y luego el de Ramsés III. El contraste del desierto pedregoso con el verde de los campos es espectacular en un día claro como el de hoy. Desde lo alto de la montaña no sólo se veía el Nilo perfectamente, incluso la curva que hace hacia el este unos kilómetros al norte de Luxor, sino que también se veían con nitidez las montañas de la orilla oriental. Las cinco horas de marcha se han hecho más llevaderas gracias a que soplaba una suave brisa. Hemos disfrutado como enanos; una auténtica maravilla; un lujo.
A las dos y media de la tarde, los benisseros, cumpliendo con su parte de la tradición, tenían ya a punto una estupendísima paella de bacalao y verduras que sin duda ha entrado en las top-ten de las paellas del West Bank. Y de aperitivo, mojama, pulpo a la brasa y las famosísimas cebollas con anchoa. Y si esto ya sonaba bien, Pito se sacó de la manga una botellita de Rioja de las que dejan huella. La sobremesa se prolongó hasta casi las seis en el patio del Marsam, con té y una buena shisha de manzana pasando de mano en mano…