Todo tiene su final. Y es como debe ser. La campaña se acaba y uno se queda con un sabor de boca agridulce. Por un lado, la satisfacción de haber completado una muy buena campaña, muy intensa, con más gente en el equipo que ningún otro año. Por otro lado, la tristeza de asumir que los buenos momentos que hemos pasado en el yacimiento y en el West Bank llegan a su fin. Pero es que precisamente eso, el que la campaña tiene un fin, lo que hace que vivamos intensamente cada día, cada minuto, el que saborees cada detalle, del paisaje, de la excavación, de la gente. A veces uno tiene la impresión de que hacemos todo acelerados, que no tenemos un minuto ni para respirar; dormimos poco, los viernes de descanso nos marchamos a ver monumentos, incluso las paellas son intensas, preparando el fuego, los aperitivos, la sobre mesa… Todo se vive aquí de forma muy intensa. A Egipto le estamos muy agradecidos por brindarnos la posibilidad de estar aquí, de vivir esta experiencia única, de las que dejan huella y el cuerpo ya te pide volver.
¿Cómo terminar el diario de esta campaña? Pues dando las gracias. Primero, a los patrocinadores, grandes y pequeños, unos con nombre de empresa y los más con nombre de persona. A todos ellos, mil gracias por permitirnos haber podido llevar a cabo esta campaña, por permitirnos investigar el jardín, las momias de musarañas y de los sacerdotes de hace tres mil años, por permitirnos restaurar las tumbas de Djehuty y de Hery, por dejarnos aportar nuestro granito de arena a la ciencia y a la cultura. Gracias, a los trabajadores egipcios que nos acompañan en nuestra aventura. Y gracias a las familias de los miembros del equipo Djehuty por tener paciencia y aceptar que una parte de sus vidas transcurran lejos de casa. Ellos se llevan la parte más dura y a ellos, a las familias, les quiero dedicar la despedida. Y tan sólo queda decir, “nos volveremos a ver el año que viene”, “sana gaya en-sha-alá”. GRACIAS.