16 enero 2006

Trabajo de gabinete

Los diez miembros del equipo que salíamos hoy hacia Luxor nos reunimos en mi despacho del CSIC a media mañana. Juan y Carlos habían llegado desde Alicante la tarde anterior y Marga desde Sevilla esa misma mañana. Terminamos de cerrar el equipaje y nos fuimos todos hacia el aeropuerto. Madrid nos despedía con una ligera nevada. ¿Sería un buen presagio? Sin duda. De hecho, empezamos con buen pie, pues este ha sido el primer año que no hemos tenido que pagar sobrepeso en la facturación del equipaje. En total llevábamos quince bultos, que pesaban casi cuatrocientos kilos. Egyptair había tenido la gentileza de concedernos cuarenta a cada uno de los diez que éramos, por lo que nos libramos por los pelos.

Claro que hay que decir que, para evitar sorpresas de última hora, unos días antes habíamos enviado por cargo cinco cajas que juntas pesaban unos cien kilos. Era la primera vez que lo hacíamos, y ha compensado enormemente. En tres días habían llegado al aeropuerto de Luxor y el rais Ali se encargó de recogerlas y de llevárnoslas al Marsam.

El nuevo “look” del aeropuerto de Luxor nos sorprendió a todos: moderno, limpio y hasta bonito. Alí y su hermano Mohamed estaban esperándonos a la salida. Después de unos cariñosos abrazos, cargamos el coche y la furgoneta de Tagi y nos fuimos a buscar la carretera que cruza el puente a la otra orilla, al West Bank. Natasha nos estaba esperando en el Marsam; bebimos un té con ella y con Sayed, el dueño, y nos fuimos a deshacer las maletas. Mañana será otro día.