Los egipcios demostraron tener un cúmulo de creencias en el Más Allá bastante fuertes y de antigua tradición, como bien sabemos. La momificación y el culto a los dioses vinculados a la muerte y el Más Allá era fundamental para alcanzar la existencia en la otra vida, y es por ello por lo que el proceso de enterramiento era también entendido como un acto esencial para el cuidado del difunto y su existencia futura. El cortejo fúnebre acompañaba al difunto en su último viaje desde su casa hasta el Occidente, lugar sagrado donde Anubis, el dios de la momificación y las necrópolis, y Osiris, el dios del Más Allá, esperaban recibirlo a través de su tumba. Un conjunto de rituales eran aplicados en este acto funerario, de modo que durante el viaje del difunto, los sacerdotes y el resto de participantes (embalsamadores, plañideras, familiares…) lo acompañaban realizando sus tareas de carácter ritual o simplemente dando su adiós al individuo que iba a ser enterrado.
Los rituales funerarios en el Reino Nuevo parecen haber seguido las pautas y tradiciones anteriores, si bien con un sistema más complejo de eventos y tareas funerarias. Básicamente el enterramiento del difunto recogía los siguientes eventos de carácter religioso: la preparación del cuerpo del difunto o momificación, la organización del viaje o procesión funeraria, las ceremonias de enterramiento a la puerta de la tumba o en su interior, la presentación de ofrendas al difunto para prolongar eternamente su existencia y el banquete funerario. Las creencias de la vida en el Más Allá hacen el resto, con referencias al viaje que el difunto realiza para llegar a este otro mundo o los modos de existencia allí.
La momificación del difunto se realizaba en primer lugar para dotar al difunto de lo necesario físicamente para su transporte y mantenimiento en la tumba. El proceso de momificación constaba de numerosas etapas de extirpación de órganos y vendaje del cuerpo, incluyendo el uso de aceites, resinas o especias aromáticas en el proceso. Los vasos canopos recogían estos restos orgánicos del cuerpo del difunto, y también acompañaban en la procesión al difunto y eran depositados en la tumba junto a éste.
Cuando el difunto estaba preparado, ya fuera en su sarcófago o en la forma de su momia o en una naos o capilla, era trasladado hasta la tumba. Parece que un momento cumbre en todo este desplazamiento era el cruce del río Nilo, que era entendido como la entrada en el otro mundo. De ahí que uno de los principales momentos fuera la llegada a la otra orilla, donde un sacerdote, normalmente el sacerdote-sem en la XVIII dinastía, daba la bienvenida al difunto y realizaba para éste algunos rituales. Posteriormente los embalsamadores parece que o bien realizaban el proceso de momificación si aún no había sido realizado o bien terminaban el proceso con la preparación final del cuerpo dentro del sarcófago, los vasos canopos y parte del ajuar funerario.
Tras esta etapa, el difunto era llevado a la puerta de la tumba, donde uno de los más importantes rituales eran llevado a cabo: el ritual de la Apertura de la Boca, consistente en que el sacerdote-sem con un instrumento característico realizaba la apertura de la boca sobre la momia o una estatua del difunto, para darle «vida» (aliento) de nuevo al individuo en el Más Allá. Con este acto parece que el difunto estaba preparado para su entrada en la tumba y su viaje donde alcanzaría la existencia eterna bajo la forma de Akh o bajo la forma de un ba que regresa al mundo de los vivos.
Finalmente se realizaba a disposición del ajuar funerario y se cerraba la tumba, que era considerada la vivienda del difunto donde podía recibir sus ofrendas para el mantenimiento de su existencia.