Patios de Tumbas Tebanas de época de Djehuty

Dic | 2006

José Manuel Galán Allué

Los monumentos funerarios que se construyeron los miembros de la elite en la Tebas de la dinastía XVIII se localizan en la orilla oeste, en la falda de las colinas rocosas que se elevan a casi cuatro kilómetros del Nilo, justo hasta donde llegaban las aguas del río en el momento álgido de la inundación anual.

En líneas generales, los monumentos funerarios constan de dos partes, como bien muestra la viñeta del Libro de los Muertos de Nebqed, hoy en el Museo Británico, de comienzos de la dinastía XVIII (fig. 1). Por un lado se encuentra la tumba propiamente dicha: en la roca del suelo se excavaba un pozo vertical de las dimensiones de un ataúd rectangular, aproximadamente 2 x 1 m., y más o menos profundo, que acababa en una o más cámaras funerarias. Allí se alojaba el sarcófago del difunto junto con su equipamiento funerario y, una vez depositado dentro, el acceso se bloqueaba con piedras y tierra para evitar que nadie interrumpiera su descanso eterno.

La otra parte que constituía el monumento funerario seguía un plano horizontal, se excavaba en la falda de la colina y penetraba dentro de la propia roca. Era una especie de cueva-santuario o “speos” en honor al difunto. La planta recuerda, efectivamente, a la de un templo, con un pasillo central que conduce hasta una sala donde se encuentra la estatua del difunto, acompañado por su esposa y/o por uno o dos de sus progenitores. Las paredes interiores, como las de cualquier otro templo o capilla, estaban profusamente decoradas. El difunto deseaba recibir visitas en su casa de la necrópolis; visitas de familiares y allegados, para que éstos pronunciaran su nombre y revivieran así su recuerdo, para que invocaran las ofrendas de alimentos y para que, leyendo las inscripciones y observando las escenas figurativas, conocieran los méritos que le hacían merecedor de una vida eterna en el Más Allá.

Esta segunda parte del monumento funerario, la parte accesible, constaba a su vez de dos ámbitos. Uno cubierto, metido dentro de la colina, compuesto, generalmente, por varias salas. El otro era el patio de entrada, un espacio al descubierto, al aire libre, a plena luz. Es el patio era la parte más visible del monumento y la primera a la que se accedía. Aquí se realizaban sobre la momia y el sarcófago del difunto (o su estatua) el conjunto de rituales que los antiguos egipcios agrupaban bajo el epígrafe “Apertura de la Boca”, y que pretendían devolver al difunto su capacidad de acción y sus facultades sensoriales para poder vivir plenamente en el Más Allá. En la tumba de Nebamón e Ipuki (TT 181), de época de Amenhotep III, se representa momento de esta ceremonia llevándose a cabo en el patio de entrada (fig. 2).

El patio de entrada al monumento funerario quedaba a merced de las inclemencias de la naturaleza y de la acción destructiva del hombre. Debido a su vulnerabilidad, han sufrido enormemente y todavía hoy siguen sufriendo, por lo que han perdido gran parte de sus características esenciales y ornamentales. Así, los primeros egiptólogos que excavaron e investigaron la necrópolis tebana, seducidos por las inscripciones y escenas que decoraban las paredes interiores, ignoraron en gran medida los patios de entrada. Muy pocos patios han sido debidamente excavados y documentados, por lo que se conocen pocos detalles de esta primera e importante área del monumento funerario.

Así lo reconocía el propio Norman de Garis Davies, en la publicación de la tumba de Puiemra (TT 39), segundo profeta de Amón bajo Hatshepsut ­ Thutmosis III, ubicada en el-Asasif y cuyo patio de entrada fue excavado en 1915-16: “Muy poca atención se ha prestado al exterior de las tumbas tebanas, en parte porque las investigaciones pertinentes conllevan un gasto considerable para escasa recompensa, en parte porque se requiere mucho esfuerzo y conocimientos para recuperar algún rastro de los elementos originales de entre la maraña de enterramientos posteriores” (fig. 3).

El caso de Montuherkhepeshef (TT 20), portador del abanico bajo Tutmosis III, es significativo. Su tumba, situada en Dra Abu el-Naga, a escasos 50 metros al norte de “nuestro” Djehuty (TT 11), fue descubierta por Maspero en 1882, quien entró en ella a través de la vecina tumba de Nebamón (TT 24). Veintiocho años después, en 1910, Weigal excavó su interior con el propósito de bloquear los accesos subterráneos a la tumba y evitar así que continuara el expolio de fragmentos de las paredes. Al final de ese mismo año, Davies se dedicó a copiar las escenas, es decir, lo que quedaba de ellas, para su publicación. Él mismo cuenta lo siguiente: “Habiendo obtenido una pequeña subvención de la Egypt Exploration Fund, pude excavar por primera vez la sala transversal y la entrada, y obtuve la recompensa de hallar cientos de fragmentos, conocidos y desconocidos, y algunos objetos interesantes del equipamiento funerario. En la siguiente campaña el pozo de enterramiento fue vaciado y se hallaron así algunos fragmentos más. Una excavación más extensa de los alrededores probablemente incrementaría el número y, puesto que algunos signos jeroglíficos seguidos podrían ser enormemente esclarecedores para comprender las escenas, sería deseable que pudiera llevarse a cabo algún día”. Sin embargo, nunca se llegaron a excavar los alrededores de la tumba (fig. 4).

En los últimos años esta actitud ha tratado de corregirse y los arqueólogos que han trabajado y trabajan en la necrópolis de la antigua Tebas han ido concediendo cada vez mayor importancia a las partes exteriores del monumento objeto de su investigación. El exponente más claro de este nuevo enfoque es el trabajo de Friederike Kampp, Die Thebanische Nekropole: zum Wandel des Grabgedankens von der XVIII. bis zur XX. Dynastie, Mainz 1996, que documenta y describe en la medida de lo posible los patios de entrada y el exterior de cada una de las tumbas, así como su evolución arquitectónica (fig. 5).

Los patios de entrada a los monumentos funerarios terminan en la fachada de la parte excavada en la colina, que está tallada en la roca y en muchos casos recrecida con bloques de piedra. Los laterales del patio generalmente se delimitan mediante muros tallados en la roca, cuya parte superior suele seguir el perfil descendente de la falda de la colina hasta alcanzar el suelo del patio. Los patios pueden estar tallados al nivel de la roca madre de la zona, o pueden estar rehundidos en la roca por debajo del nivel del suelo natural.

En el caso de los patios rehundidos, se pueden conocer con facilidad las dimensiones y suelen conservarse mejor los muros laterales y la fachada. Estos patios tienden a ser de dimensiones reducidas y de planta casi cuadrangular, llegando en algunos casos a ser más anchos que largos. La anchura generalmente coincide en gran medida con la longitud de la sala transversal del monumento. Al patio se accede descendiendo por unos escalones o una rampa. Un ejemplo temprano de este tipo de patios se encuentra en el extremo norte de Dra Abu el-Naga, en el monumento funerario de Baki (TT 18), encargado de pesar el oro y la plata durante el reinado de Tutmosis III, o incluso en una época más temprana. El patio está ligeramente hundido, y se accede a él por medio de una pequeña escalinata. Sus dimensiones son reducidas, 5 m. de largo por 4,5 de ancho (fig. 6).

Los patios tallados al nivel del suelo natural se conservan en peor estado y, por tanto, se conocen peor sus características, sobre todo los detalles de su entrada. En la mayoría de los casos no sabemos cómo era, ni cuánto medía de largo el patio. Las tumbas ubicadas a media altura en la colina tenían, lógicamente, menos posibilidades de poseer un patio de entrada alargado, por lo que en algunos casos, como en el de Senenmut (TT 71), la explanada delante de la entrada se alarga de forma artificial mediante una terraza de lascas de piedra caliza (fig. 7).

El interior de la tumba del visir de Tutmosis III, Rekhmira (TT 100), se excavó en 1889 y se colocó entonces una puerta con barrotes de hierro para proteger sus maravillosas pinturas. El patio de entrada fue excavado por Newberry once años después, en 1900. En la publicación que posteriormente hace Davies de la tumba, señala en las primeras páginas: “El patio esta densamente cubierto de basura por el lado exterior, por lo que sus límites no se pueden conocer; pero las tumbas de la época raramente poseen una demarcación del patio por medio de un muro exterior o pilono”. Y continua: “En 1935 despejé el patio hasta una distancia de 11 metros de la fachada. El Servicio de Antigüedades ha de despejar un área más extensa, aunque sólo sea para mejorar la actual y poco aparente entrada a las tumbas”. Pero nunca se llegó a hacer. El patio de Rekhmira es excepcionalmente grande, en consonancia con las dimensiones de la parte cubierta del monumento funerario. Mide 19 metros de ancho y de largo más de 13 metros (fig. 8). Davies asumió que el patio no tenía una entrada marcada, pero, ¿cuántos patios habían sido excavados en su integridad para poder afirmar esto?

Los patios tallados a nivel del suelo, al igual que los rehundidos en la roca, tienden a tener una anchura similar a la longitud de la sala transversal, oscilando entre 7 y 14 m. Del mismo modo, parece que también tienden a ser de planta cuadrangular, y muchas veces más anchos que largos. Hasta donde se puede saber (recuérdese que la entrada a muchos de los patios no ha sido excavada), la longitud más común de los patios coincide aproximadamente con la anchura, oscilando también entre los 5 y 11 m. Excepcionalmente largos son los patios de Hapuseneb (TT 67) con 14 m. (fig. 9), Puiemra (TT 39) con 18 m., Menkheperraseneb (TT 79) con 18 m., y Rekhmira (TT 100) con 19 m. Estas medidas son aproximadas y es muy probable que originalmente midieran unos metros más.

Así, a pesar de la importancia de los patios de entrada dentro del ritual funerario y, por consiguiente, dentro de la concepción arquitectónica de los monumentos funerarios de la necrópolis tebana a comienzos de la dinastía XVIII, es llamativo lo poco que se conoce de ellos. La mayoría no han sido todavía excavados, o lo fueron a principios del siglo XX de una forma poco meticulosa, por lo que su publicación deja muchos detalles sin precisar.