Una de las cuestiones que mayor interés despierta en el arqueólogo o el historiador que se aplica al estudio de la necrópolis Tebana es el ritual funerario, el enterramiento y las liturgias que lo acompañaban, expresado fundamentalmente a través de los relieves o pinturas que decoran buena parte de las tumbas. Desde el espacio más externo del sepulcro, el patio a cielo abierto, hasta la estancia más profunda, la capilla de culto propiamente dicha, las paredes se encuentran cubiertas de escenas y de textos que siguen en general unas pautas comunes y se ajustan a un programa iconográfico que ha podido establecerse con cierta claridad. Este programa o modelo, por otra parte, fue aplicado con bastante libertad y flexibilidad por los responsables de labrar estas tumbas y de diseñar su decoración. Además sufrió variaciones con el correr de los tiempos, con las modas y los cambios en las costumbres o el pensamiento religioso.
Teniendo en cuenta esto, veamos como sería la decoración típica de una tumba tebana de la Dinastía XVIII: La fachada, cuando se decoraba, solía presentar elementos que identificaban con claridad al difunto (su nomenclatura y filiación, trayectoria biográfica, cargos desempeñados, etc.), así como himnos o textos expresivos de piedad hacia los dioses. La sala transversal era el espacio en que con frecuencia aparece el banquete funerario y las escenas de género de caza y pesca en los pantanos, al igual que representaciones que tenían que ver con los puestos o cargos que el difunto ostentó en vida, representaciones que constituyen buenas ilustraciones de la vida cotidiana, de las costumbres, actividades económicas y mucho más. El pasillo o corredor se constituye en marco apropiado para los rituales funerarios, como la procesión que alcanza la necrópolis o la Apertura de la Boca, aunque también nos encontramos aquí con escenas de contenido simbólico como la caza en el desierto o la peregrinación a Abydos. Finalmente, la parte más profunda y oculta de la tumba, fundamentalmente la capilla funeraria, es donde hallamos la representaciones más sagradas del difunto, las imágenes o estatuas de culto, así como la recreación insistente- de la presentación de ofrendas, incluyendo su expresión epigráfica en forma de listas de productos (alimentos sobre todo), garantía de salud perpetua para el bienaventurado. Además, la capilla funeraria es también el emplazamiento adecuado para inmortalizar algunos de los pasos rituales finales que completan el funeral y dejan la tumba, y al muerto, preparados para la eternidad.
La tumba de Djehuty, como fácilmente puede apreciarse, se ajusta bastante bien a este modelo arquitectónico e iconográfico, siendo por lo tanto un sepulcro “clásico” dentro de los que, en la necrópolis tebana, nos han quedado de la Dinastía XVIII. No es nuestra intención hablar de todo el programa decorativo de la TT 11. Queremos llamar la atención solamente sobre las escenas correspondientes al ritual de la Apertura de la Boca que, como es la tónica habitual, se encuentran talladas en la pared derecha del pasillo que conduce a la capilla (Ilustración 1). Ocupa la mayor parte de esta pared, compartiéndola con la escena de género de la caza de venado en los desiertos, localizada en la zona más externa de dicho muro. Su estado de conservación no puede calificarse precisamente de bueno: por un lado, hay bastantes fragmentos que han desaparecido, que se han dañado o que simplemente han sido robados. Además, parte de la escena se ha visto afectada por un proceso de erosión y de desgaste que ha dejado la piedra, los relieves y los textos, con el aspecto de haber sido pulidos o “lavados” (Ilustración 2). Pese a todo, hemos podido reconstruir el desarrollo secuencial de un ritual que incluye aquí unas 35 a 40 escenas.
Casi todas ellas se ofrecen en forma de viñetas que presentan a los sacerdotes oficiantes en plena acción litúrgica ante la momia de Djehuty. Las viñetas van acompañadas de cartelas que identifican a los personajes, así como de textos, por lo general de amplio desarrollo, que en casi todos los casos permiten comprender la escena.
Tras un primer estudio y valoración ha quedado claro que la Apertura de la Boca de la tumba de Djehuty va a suponer una importante aportación para un mejor conocimiento y comprensión de este ritual. Y ello por las siguientes razones.
Primero, porque pocas tumbas de la necrópolis Tebana han proporcionado una copia tan completa y tan lujosamente dotada de detalles como la que aquí tenemos. Baste con decir que la versión más completa, la que se encuentra en la TT 100, la celebre tumba de Rekhmira (casi contemporáneo, por cierto, de Djehuty) tiene unas cincuenta escenas, mientras que lo normal es encontrarnos la plasmación de esta liturgia con sólo unas pocas viñetas (ocho o nueve), y además con un desarrollo iconográfico y textual bastante más modesto y escueto. Y esto refiriéndonos sólo a lo que sucede durante la Dinastía XVIII, ya que en época Ramésida (Dinastías XIX y XX) la práctica más común fue representar la Apertura de Boca en una única escena en la que se incluyen elementos significativos o evocadores de varias de las fases más importantes de la liturgia.
En segundo lugar, la copia que tenemos en la tumba de Djehuty es sin duda una de las más antiguas -si no la que más- de las que se han conservado de la Dinastía XVIIIª. Y no está de más señalar que la Apertura de la Boca, aunque se sabe que era conocida y practicada desde los propios inicios de la civilización faraónica, no aparece bien documentada, con desarrollos iconográficos significativos y con los textos correspondientes, hasta los inicios del Reino Nuevo, es decir, la Dinastía XVIII. En este sentido, como en otros aspectos, la TT 11 se nos muestra en cierto modo como pionera, innovadora y original.
Para entender adecuadamente lo que sigue, es preciso saber que todo el ritual de la Apertura de la Boca estaba destinado a devolver a la imagen del difunto (una estatua) o al cuerpo (la momia) las funciones vitales, y de manera más específica la capacidad de recibir con aprovechamiento las ofrendas y nutrirse de los alimentos que la componen. Se trata, en definitiva, de un ritual de revitalización y animación, imprescindible para el fin último perseguido, que es la resurrección del difunto. Hagamos, pues, un breve recorrido por el desarrollo de esta liturgia a través de la ilustración que supone la tumba de Djehuty. El panel en cuestión presenta dos registros: uno superior, que es el más amplio y denso de contenidos, el primero que hay que leer; y otro inferior, dedicado a las ceremonias finales de la liturgia, que se remata abajo con una larga y completa lista de ofrendas. En general, el sector central es el mejor conservado; a medida que avanzamos hacia el interior por el pasillo se pierden bastantes escenas. Pero es en la zona más externa del panel, hacia el inicio del pasillo, donde los problemas de conservación son más importantes, faltando aquí un gran fragmento que debía contener al menos seis o siete escenas.
Curiosamente, y por un mero azar, aun puede leerse en este dañado sector, ocupando el extremo derecho del registro superior, el título y encabezamiento del ritual, copia sin duda del texto-modelo sobre papiro: “Haciendo la Apertura de la Boca de Djehuty” (Ilustración nº 3). A la izquierda, tras un hueco que debía contener las Escenas iniciales 2, 3 y 4, de purificación, nos encontramos con la Escena nº 5, donde se depura la momia de Djehuty por medio de natrón del Bajo Egipto (en la 4 era natrón del Alto Egipto), y la Escena 6, donde la purificación se hace por medio del incienso (Ilustración nº 4).
La zona central del registro superior, mejor conservada, está ocupada por una serie de escenas donde se realiza lo que propiamente dicho es la Apertura de la Boca. En casi todas ellas la dinámica es la misma: uno o varios oficiantes se sitúan frente a la momia de Djehuty y le aproximan al rostro, o a la zona de la boca, un instrumento cuya eficacia mágica permite cumplimentar el ritual (Ilustración nº 5). Aquí encontramos la Escena 31, que transmite un especial dramatismo: en un momento dado tres sacerdotes, entre ellos el Lector y el Sem salen a buscar a “Su hijo, a quien él ama”; lo encuentran y lo introducen ante la momia de Djehuty con un esclarecedor enunciado: “Yo te traigo a tu hijo, tu amado, para que él abra tu boca” (Ilustración nº 6). Y un poco más adelante, y en un excelente estado de conservación, encontramos la Escena 36, en la que precisamente el “Hijo” aproxima al rostro de Djehuty una pieza de piedra pulimentada (el abet) que según unos tiene que ver con el cereal -y por tanto con el alimento debido-, pero que según otros (Gardiner entre ellos) sería la plasmación dramática de la reposición de los dientes del difunto (Ilustración nº 7). Ya hacia el extremo izquierdo del panel, significativamente pegado al muro de la capilla interna, la parte más sagrada de la tumba, nos encontramos con una de las representaciones sin duda principales de la Apertura de la Boca, tanto que aparece con frecuencia por duplicado: se trata de las Escenas 43 y 44 (repetición de la 23-25), dedicadas al sacrificio del bóvido y su mutilación ritual. A la víctima sacrificada, a la que acompañan aquí una oca y un chivo, se le separan la pata delantera y el corazón, y con ellos se procede a la Apertura de la Boca de la momia, aproximándolos también por turno al rostro del difunto (Ilustración nº 8).
Situémonos ahora en el registro inferior. Hacia la derecha, donde encontramos un gran roto, se situaría con seguridad la Escena 47, de sahumerio, purificación -de nuevo- por el humo y el incienso, y que, gracias a cuatro fragmentos (alguno de gran tamaño y espléndidamente conservado) que salieron a la luz en la excavación del patio, ha podido reconstruirse en gran medida (Ilustración nº 9). Más adelante nos encontramos otro de los episodios centrales de esta compleja liturgia, la ofrenda (por excelencia) Escena 69-, que va acompañada de libaciones y purificaciones varias. Después, el ritual termina con el traslado de la efigie-momia de Djehuty por los “Nueve Amigos” (Escena 73), que posiblemente es, como algún otro aspecto de los rituales funerarios de los nobles egipcios, un elemento incorporado a partir de los funerales reales, y la deposición final del difunto en una capilla, llamada “La Blanca” (Ilustración nº 10).
Todo ha concluido ya. Finalizado el largo ceremonial, se supone que nuestro difunto, Djehuty, ha adquirido la condición de bienaventurado, y se apresta a disfrutar de las ofrendas y de los beneficios del culto que se le debe. De ahí que no sea extraño que, justo detrás de estas escenas finales, sin solución de continuidad, el artista haya decidido completar la pared con una gran imagen sedente de Djehuty (aún hoy día en parte cubierta por los escombros) que alarga la mano hacia una mesa bien abastecida detrás de la cual, ocupando buena parte del registro inferior de esta pared, se extiende la larga lista de ofrendas que nutrirán a nuestro personaje eternamente.