Informe campaña 2010

1. La cámara pintada de Djehuty

La parte exterior del monumento funerario de Djehuty, el patio de entrada, de treinta y cuatro metros de largo, fue excavado durante las cinco primeras campañas, entre 2002 y 2006. La parte interior, que penetra horizontalmente diecisiete metros en la roca de la colina, terminó de excavarse este año, en la novena campaña.

La dificultad de la excavación en el interior se debió a la existencia de dos grandes agujeros en el techo de la cámara más interna, a través de los cuales había caído una enorme cantidad de tierra y piedras que llenaban la cámara casi hasta el techo. La chorrera de escombro que se formó era tan potente que si se tocaba desde el interior se producía inmediatamente un derrumbe, como un alud. Una vez solucionado este problema en la campaña de 2006, la cámara pudo ser excavada al año siguiente. Además de sacar a la luz los interesantes relieves que decoraban sus paredes, con escenas de los rituales funerarios celebrados en honor a Djehuty, se descubrió en uno de los lados de la cámara la entrada a un pozo funerario, de poco más de 2 x 1 m., con un brocal muy bien tallado en la roca.

El pozo funerario, que resultó tener algo más de ocho metros de profundidad, fue excavado en la siguiente campaña, en 2008. Al fondo, en uno de los lados cortos, se abría la entrada a una gran cámara, que también resultó estar llena de tierra y piedras casi hasta el techo. La entrada medía 1,00 x 1,00 m., y la cámara 5,30 x 3,45 m. y 1,55 m. de altura. De nuevo, la excavación se pospuso para el año siguiente, el 2009. A través del hallazgo de un fragmento de periódico pudimos saber que la cámara había sido visitada y vaciada en el invierno de 1898/99, cuando Dra Abu el-Naga fue parcialmente excavada durante tres meses por el marqués de Northampton y los egiptólogos Spiegelberg y Newberry. A pesar de que el relleno de la cámara había sido manipulado y depositado allí en época moderna, encontramos en su interior numerosos fragmentos de vasijas de cerámica pintada característica del reinado conjunto de Hatshepsut y Tutmosis III, que pudieron ser parcialmente recompuestas. También pudimos recomponer una vasija grande con un dibujo esquemático en tinta roja de un faraón ofreciendo vino, muy probablemente pintado en la dinastía XIX (c. 1200 a. C.), y ocho vasijas algo posteriores, probablemente de la dinastía XXI (c. 1000 a. C.), es decir, casi quinientos años después de Djehuty, lo que pudiera reflejar una reutilización de la tumba de Djehuty en distintos momentos. Los fragmentos de ataúd pintado parecen corroborar este escenario, una primera ocupación de la cámara en época de Djehuty y una intensa reutilización posterior, sobre todo durante la dinastía XXI.

Entre una y otra época, parece ser que hubo uno o más incendios en el interior de la cámara pues, si bien los fragmentos de ataúd pintado de negro característico de la dinastía XVIII aparecen todos parcialmente quemados, ninguno de los fragmentos de ataúd de fondo amarillo de la dinastía XXI presenta signos de haber estado expuestos a las llamas. Los huesos humanos recuperados también pueden dividirse en dos grupos, los quemados y los no quemados, pero al haber sido hallados esparcidos por la cámara y totalmente revueltos, no pueden fecharse ni utilizarse como apoyo a la argumentación. El fuego dejó una intensa huella en las paredes en forma de una costra negra casi brillante y bastante gruesa en algunas zonas.

Unido y relacionado con el gran tamaño de la cámara, el hallazgo inesperado fue descubrir que al fondo se abría en el suelo la boca de otro pozo, de dimensiones similares al primero, pero esta vez menos profundo, de sólo tres metros. Al fondo del pozo había una apertura en uno de sus lados estrechos que daba paso a una segunda cámara, la que habría sido la ‘cámara sepulcral’ de Djehuty. El hallazgo de esta nueva cámara convertía a la que estábamos excavando en la ‘antecámara’.

El segundo pozo estaba parcialmente vacío, acumulándose en el fondo un metro de potencia de tierra. La siguiente sorpresa fue hallar aquí lo que menos esperábamos encontrar: oro. Fuimos poco a poco recuperando numerosos fragmentos de lámina de oro que, cuando fueron estirados en la mesa de los restauradores, descubrimos que tenían dos ojos pintados en negro y blanco, y pudimos confirmar así que se trataba de parte de la ‘máscara’ de oro que habría cubierto la cara de un ataúd de madera antropomorfo. Probablemente date de la dinastía XVIII, pero es difícil saber si perteneció a Djehuty. En este mismo lugar descubrimos, además, un conjunto de pendientes de oro, seis en total, uno de ellos doble y otro con un aplique en forma de flor de loto para pegar sobre uno de los lados una piedra semipreciosa. El estilo de los pendientes es característico de comienzos de la dinastía XVIII, encontrándose los paralelos más próximos entre el ajuar de las princesas sirias de Tutmosis III que hoy se exhibe en las vitrinas del Metropolitan Museum de Nueva York. Los hombres comenzaron a adornarse con pendientes a comienzos de la dinastía XVIII, pero, de nuevo, al no tener inscripción, no se puede saber si pertenecieron a Djehuty, a un miembro de su familia o a algún individuo que reutilizara su tumba unos años más tarde.

Teniendo en cuenta esta sucesión de reutilizaciones y saqueos en época antigua, a los que se les suma al menos un vaciado y limpieza en época reciente, es ciertamente sorprendente el hallazgo de este pequeño ‘tesoro’, que habría sido enormemente codiciado por cualquiera de los numerosos intrusos. La hipótesis que en parte pudiera explicar este hallazgo se apoya en el hecho de que se haya encontrado al fondo del segundo pozo y que, probablemente, fuera a parar allí por accidente, rodando, cuando el saqueo estuviera ocurriendo en la antecámara. El ajuar no habría sido entonces colocado dentro de la cámara sepulcral, sino en la antecámara, allí se lo encontraron los saqueadores y allí rompieron y quemaron los restos del ajuar. Durante su actividad violenta y casi a oscuras, debieron caerse al suelo fragmentos de lámina de oro de la tapa de un ataúd y debieron rodar inadvertidamente los pendientes hasta el pozo del fondo de la antecámara. Tiempo después, los siguientes intrusos no se ocuparon de vaciar del todo el segundo pozo, pues ello no era necesario para poder acceder a la cámara sepulcral y comprobar, como todo parece indicar, que no había nada de valor material en su interior.

La cámara sepulcral no tiene restos de humo en las paredes, allí no se quemó nada porque no se dejó nada dentro. Los pocos restos que se encontraron en la excavación que se llevó a cabo en esta campaña, en 2010, se hallaron junto a la entrada, probablemente como consecuencia también de haber caído accidentalmente desde la antecámara. Encontramos, nuevamente para nuestra sorpresa, seis adornos en forma de concha que llevaban las mujeres formando parte de una especie de cadeneta alrededor de la cintura. Cuatro son de cornalina, uno de turquesa y otro de oro. Todas las piezas tienen un borde tallado imitando el dentado de una concha, y están atravesadas longitudinalmente por tres orificios paralelos para engazarse con cuentas más pequeñas. Si bien pueden fecharse en la dinastía XVIII, no se puede saber si pertenecieron a Djehuty o a algún familiar cercano que fuera allí enterrado.

Si bien se han encontrado en la antecámara, al fondo del segundo pozo y a la entrada de la cámara sepulcral un número considerable de objetos que podrían haber pertenecido a Djehuty, como vasijas de cerámica pintada, fragmentos de ataúd de buena calidad, bien tallados y de color negro, restos de una ‘máscara’ y pendientes de oro, colgantes de piedras semipreciosas, etc., no se puede asegurar que formaran parte de su ajuar. De hecho, ni siquiera podemos realmente afirmar que Djehuty llegara a ser enterrado en su tumba, pues no se ha encontrado ningún objeto con su nombre. Sólo pude concluirse que las inscripciones de las paredes nos informan que la tumba fue preparada para él y que, según los restos materiales hallados, alguien de su época fue depositado con su ajuar en la antecámara. Pero, ¿quién?

Tal vez sea significativo, o mero azar del destino y de los sucesivos vaciados y rellenados del pozo funerario, que los dos únicos objetos que conservan un nombre propio, hallados en esta campaña a la entrada de la cámara sepulcral, ninguno de ellos sea Djehuty. Uno de los nombres está inscrito en un vaso canopo de la época, fragmentado y con la superficie muy erosionada, por lo que sólo pueden identificarse algunos signos, pero suficiente como para deducir que no se trata de Djehuty. En los fragmentos de los otros tres vasos no se conserva nada de la inscripción. El otro objeto es la parte de los pies de la tapa de un ataúd de madera antropomorfo, de buena calidad y con inscripciones muy bien talladas en la parte exterior e interior, que posibilitan su datación también en torno a la época de Djehuty. En la parte interior, junto a la representación de una diosa, tal vez Isis, que abre sus brazos para otorgar protección al difunto y de la que sólo se conserva una mano, se escribió una plegaria que termina con el nombre del propietario: “[Recitación:] ‘Geb, rodéame con tus brazos, ilumina mi rostro y [abre mis ojos], Inena, justificado”.

La excavación de la cámara sepulcral, además de recuperar una gran cantidad de fragmentos de pequeño y mediano tamaño de estuco con restos de escritura procedentes de las paredes y del techo, proporcionó valiosa información sobre cómo y en qué circunstancias se talló y decoró. La hipótesis que ahora manejamos es que la cámara fue diseñada primero de planta casi cuadrangular, 2,70 x 2,52 m., y 1,55 m. de altura, a la que se accedía desde el segundo pozo descendiendo un escalón de 0,45 m., a través de una entrada de algo más de 1m. de altura y centrada en una de las paredes. Cuando las paredes se habían casi terminado de tallar, por razones que desconocemos, se decidió ampliar la cámara, para lo cual se continuó picando la pared de la izquierda y la del fondo unos 0,95 m. cada una, quedando ahora el vano de entrada descentrado en la pared. La ampliación quedó inacabada, dejando la pared izquierda bien tallada y con una primera mano de mortero, pero la del fondo tosca y muy irregular. Los canteros incluso dejaron amontonadas sobre el suelo las lascas resultantes del último picado de las paredes.

Así, cuando los pintores y escribas entraron en la cámara para decorarla con pasajes del Libro de los Muertos sólo cubrieron con mortero y estuco de yeso las partes del diseño original, que eran las que estaban terminadas y listas, es decir, dos de las paredes y el área que ocupaba el primer techo. Parece claro que, por las razones que fuera, porque Djehuty estaba muy enfermo o había ya muerto, el tiempo se les echó encima y tuvieron que trabajar de forma apresurada. No sólo se dejaron sin recoger el montón de lascas junto a las paredes inacabadas, sino que la capa de mortero y estuco se aplicó de forma desigual y algo descuidada. Los pasajes se escribieron cometiendo abundantes errores de copia, e incluso las líneas que separan las columnas y los registros del texto no se trazaron con la precisión con la que los egipcios solían hacer este tipo de tareas. Donde se puede observar fácilmente la prisa con la que trabajaron los últimos artistas es en la falta de detalles en las figuras que componen las pequeñas viñetas que acompañan algunos de los capítulos del Libro de los Muertos. Además, las figuras de los dos paneles grandes que se conservan, uno mostrando a Djehuty sentado con su madre detrás de una mesa de ofrendas, y otro a la diosa Nut con los brazos abiertos, también fueron pintados con el trazo muy suelto, sin introducir detalles y sin siquiera tiempo para perfilar o corregir los contornos.

El análisis del texto escrito en la cámara sepulcral revela que hubo más de un escriba trabajando, pues se observan variaciones en la grafía de los signos. Además, también varía la forma de escribir los títulos que preceden al nombre de Djehuty, así como la transcripción fonética del nombre de su padre (Abu/ Abty/ Abuty). A pesar de la premura y de las dificultades (téngase en cuenta que escribir en el techo es una dificultad adicional), se terminó de escribir la superficie preparada con el texto previsto. La versión que tiene Djehuty del Libro de los Muertos, es decir, la selección de capítulos que se hizo para él, es especialmente relevante para el estudio de este conjunto de textos religioso-funerarios, pues es en época de la reina Hatshepsut cuando se confecciona el corpus. Anteriormente, se escribían unos pocos capítulos aislados en las telas de lino que envolvían a las momias, y es ahora cuando se escribe un mayor número de capítulos y en otras superficies, como el papiro. Así, la cámara sepulcral de Djehuty contiene uno de los ejemplares del Libro de los Muertos más antiguo y extenso que se conservan. Cabe resaltar que entre ellos se encuentra, atestiguado por primera vez, el Capítulo 125, que describe el juicio final del difunto, durante el cual ha de defender su inocencia de los cargos/pecados que se le imputan ante el tribunal divino y Osiris, el juez supremo. Para su estudio, se ha contado con la colaboración de la Dra. Barbara Lüscher de la Universidad de Basilea, que nos ha ayudado a identificar los capítulos que tenían el texto más dañado y que, por tanto, eran más difíciles de leer.

2. Conservación de la cámara pintada

En la campaña anterior, tras el descubrimiento de la cámara sepulcral, poco fue lo que se pudo hacer para su conservación, por dos razones principalmente. Por un lado, sobre tres cuartas partes del suelo había un montón de tierra y piedras que no sólo dificultaban el movimiento en el interior, sino que, pudiendo contener pequeños objetos y fragmentos de estuco con escritura, debía tocarse lo menos posible para poderse excavar de forma meticulosa y sistemática. Por otro lado, el techo presentaba un aspecto muy inestable, con un gran agujero casi en el centro de la cámara y grietas de consideración, lo que hacía tremendamente peligroso permanecer dentro de la cámara. El problema con el que nos enfrentábamos en la presente campaña era que no se podía montar una estructura para asegurar el techo mientras el suelo no estuviera despejado, y por otro lado no se podía excavar con cierta tranquilidad y seguridad el montón de tierra y piedras mientras no se asegurara el techo. La solución fue diseñar una estructura dividida en módulos en forma de mesa, con una superficie horizontal alzada por patas en las esquinas, y que éstos fueran introduciéndose y acoplándose dentro de la cámara a medida que la excavación fuera avanzando. Los tres módulos de hierro que diseñamos y construimos, contratando los servicios de un herrero de Luxor, se introdujeron uno a uno por partes (recuérdese que la entrada a la cámara mide 1 x 1 m.), que se montaron mediante tuercas y tornillos, y se fueron acoplado unos a otros de tal forma que el resultado final fue una única estructura, sólida y estable, de 1,90 x 2,80 m.

La estructura de hierro se diseñó con dos características esenciales. Una consiste en que las patas de cada uno de los módulos son extensibles, telescópicas, de tal modo que la estructura puede subirse o bajarse según convenga. Salvo por necesidades de trabajo (conservación, fotografía, etc.) la estructura debe permanecer alzada hasta 20 cm. por debajo del techo, con el objeto de quedar lo más próxima a éste, pero con espacio suficiente como para poder colocar encima un material de 10 cm. de grosor que actúe de colchón y amortigüe la caída accidental de algún bloque. El objeto de la estructura de hierro no es, por tanto, sujetar el techo y evitar que haya desprendimientos, sino evitar posibles daños personales si esto ocurriera, y evitar que el bloque que pueda desprenderse se dañe al golpearse contra el suelo y cause además vibraciones que puedan, a su vez, provocar el desprendimiento de otros bloques o de la capa de estuco pintada. Esta solución pretende ser una alternativa al apuntalamiento del techo. ¿Por qué decidimos no usar un sistema de puntales? Primero, porque la mayor parte de la superficie del techo que habría que apuntalar está pintada y sufriría demasiado; y en segundo lugar, porque los bloques del agujero en el centro del techo parecen estar en un equilibrio tan inestable que el apuntalamiento podría causar precisamente el efecto contrario al deseado, el que algún bloque se desencaje, pierda apoyo y caiga. A este respecto, los geólogos advierten sobre la dificultad de prever el comportamiento de las fisuras en la roca caliza de una colina y, por tanto, el comportamiento de los bloques afectados y de la estructura en general. Por ello, piensan (de forma similar a la corriente actual en restauración) que es mejor tocar lo menos posible si no puedes prever las consecuencias de tu intervención.

La segunda característica de la estructura de hierro consiste en que el plano horizontal de arriba (el ‘tablero de la mesa’) de cada uno de los tres módulos está divido en dos ventanas abatibles hacia abajo, que pueden abrirse en caso de que los trabajos de restauración, fotografía o epigrafía lo requieran. Este sistema permite acceder directamente al techo, sin obstáculos, abriendo una ventana (o más), a la vez que el trabajador permanece seguro bajo el resto de la estructura cuyas ventanas se dejan cerradas. Por otro lado, si algún bloque se desprendiera del techo y quedara apoyado sobre la estructura de hierro, éste se puede extraer y recuperar abriendo una o más ventanas y, si fuera necesario, bajando la estructura mediante las patas telescópicas. Recuperado el bloque, si se considerara oportuno podría volverse a colocar y fijar en su sitio. Así, la estructura de hierro montada dentro de la cámara sepulcral de Djehuty va a permitir de ahora en adelante trabajar con cierta tranquilidad y seguridad, tanto en la consolidación de las pinturas, como en la documentación fotográfica y epigráfica.

El problema principal de la conservación de las pinturas es la humedad dentro de la cámara. Debido a la profundidad a la que se encuentra, a unos 12 m. por debajo del suelo del exterior, la cámara queda a muy poca distancia por encima del nivel freático. Hoy en día el nivel del agua puede oscilar unos dos metros entre verano e invierno, pero hasta la construcción de la presa de Asuán las variaciones eran mucho mayores, dependiendo de la crecida anual del Nilo. Debido a la proximidad del nivel freático, la humedad es muy alta: cuando entramos por primera vez en la cámara la humedad alcanzaba un 80%. El efecto negativo de una humedad tan alta es que las sales de la roca caliza se precipitan y migran hacia la superficie de la roca. Al aflorar, empujan a la capa de mortero y estuco hasta separarla de la pared y provocar su caída de forma paulatina. Así, grandes sales de yeso y halita pueden observarse en la superficie de las paredes, sobre todo en la mitad inferior, y dentro de las grietas. El efecto positivo de una humedad tan alta es que ha posibilitado que la capa de estuco de yeso se haya alterado poco, evitando que el yeso se deshidrate, se convierta en anhidrita y pierda volumen, agrietándose y cayendo por trozos.

En estas circunstancias, lo más dañino para el estado actual del estuco son las variaciones bruscas de humedad y de temperatura, por lo que la principal medida adoptada es tratar de mantener cerrada la cámara el mayor tiempo posible para que recupere sus niveles naturales y éstos se mantengan estables. Entre una campaña y otra mantenemos cerrada la entrada a la cámara y a la antecámara, así como las bocas de los dos pozos. Con esta medida conseguimos entre marzo y diciembre de 2009 que la humedad se recuperara y se estabilizara en niveles del 65%. El problema surge cuando hemos estado trabajando en la cámara durante las campañas, pues las condiciones medioambientales se desestabilizan y la humedad desciende a un 25 %. La variación en la temperatura, que también registran los termohigrómetros HoBo que dejamos instalados y en funcionamiento todo el año, es menor, oscila ligeramente en torno a 28,5º C, y sus efectos son menores en la conservación del estuco. Conviene registrar la temperatura y también tenerla en cuenta porque la diferencia de temperatura con la parte de arriba del monumento y con el exterior provoca el movimiento ascendente o descendente de la masa de aire y con ello la disminución del nivel de humedad. Para registrar los movimientos de masas de aire también se registra la variación en los niveles de gas radón.

En la campaña del año que viene, ahora pudiendo trabajar con cierta tranquilidad y sin correr excesivos riesgos físicos gracias a la estructura de hierro, trataremos de sellar con resina algunas de las grietas más anchas del techo y, tal vez, grapar con vástagos metálicos algunos bloques que aparentemente amenazan con desprenderse. El objetivo es dotar a la roca de la cámara de la mayor solidez y estabilidad posible, siempre actuando con el máximo cuidado y dispuestos a adaptarnos a las circunstancias que se vayan observando. Puesto que la cámara no será nunca visitada por el público y, por otro lado, su proximidad a la capa freática continuará provocando el afloramiento de sales en la pared, el plan previsto es llevar a cabo una consolidación de urgencia de la pintura, interviniendo lo menos posible y asumiendo que lo mejor es mantener la cámara cerrada. Además de fijar el pigmento tratando que el blanco del estuco se oscurezca lo mínimo, se fijarán los bordes de la capa de estuco que estén separados de la pared y puedan desprenderse y caer.

3. Excavación del pozo funerario junto a la fachada de Djehuty

En el suelo del patio de entrada a la tumba de Djehuty, junto a la fachada, en la esquina formada por una extensa inscripción autobiográfica y una estatua del propietario (un espacio originalmente a cielo abierto, pero hoy bajo un techo de madera construido por el Servicio de Antigüedades en 1909), se encuentra la boca de entrada a un pozo funerario, tallada en la roca y con un brocal de 30 cm. de altura. El pozo estaba ya a la vista al menos en 1899, durante las excavaciones del marqués de Northampton, Spiegelberg y Newberry, y así se encontraba cuando comenzamos la primera campaña en 2002. Asumimos que el pozo habría sido reutilizado y saqueado en época antigua y vaciado y vuelto a llenar de tierra a finales del siglo XIX, por lo que no teníamos excesiva prisa en investigarlo y, tratando de seguir un orden en la excavación, esperamos hasta la novena campaña para comenzar a trabajar en él. La boca del pozo tiene las medidas justas, 2 x 1 m., para descender en horizontal un ataúd estándar. El pozo desciende casi nueve metros de profundidad, está muy bien tallado en la roca, y en el centro de los dos laterales pueden verse, alineados en vertical y cada medio metro, los agujeros para ayudar a los trabajadores a subir y bajar. La excavación del pozo proporcionó 24 fragmentos de relieve, de los cuales 10 de ellos provienen con seguridad de las paredes de la tumba de Djehuty. Además, agrupados casi al fondo del pozo, hallamos 39 fragmentos de la(s) estatua(s) de Djehuty de la fachada. También al fondo, salieron a la luz varios fragmentos de un plato de fayenza, decorado en su interior con motivos florales trazados en negro y una peluca/peinado característico de la diosa Hathor, que puede fecharse en la dinastía XVIII.

Al fondo del pozo, en el extremo norte/oeste, se abre la entrada a una cámara sepulcral. La cámara mide actualmente 2,50 x 4,30 x 1,70 m. Originalmente mediría algo menos, aproximadamente 2 x 4 x 1 m., pero las paredes y el techo se han deteriorado mucho y se han desprendido grandes bloques, aumentando con ello las dimensiones del espacio interior. Así, la apariencia es tosca e irregular si se compara con el pozo que conduce hasta ella. En su interior tenía unos 40 cm. de acumulación de tierra y piedras. A pesar de los sucesivos y numerosos intrusos de época antigua y moderna, hallamos en su interior varios objetos que pueden fecharse a comienzos de la dinastía XVIII. Entre ellos, la mitad inferior de una estatuilla sedente de piedra caliza, con las piernas juntas y las manos sobre los muslos. La figura puede identificarse como masculina por el pico en la parte inferior de la falda. Característico de esta época son los pies y las manos excesivamente grandes. Además, encontramos un pequeño colgante de cornalina, tallado por ambos lados y con forma de ojo-udjat, muy utilizado como amuleto de protección. Pero tal vez lo más significativo sea una jarrita de tipo chipriota, de muy buena calidad, característica de enterramientos de principios de la dinastía XVIII.

El pozo forma parte del diseño original del monumento funerario de Djehuty, o al menos así parece. Aunque no necesariamente lo primero que se tallara en la roca y se terminara fuera la fachada, al tener el pozo el brocal tallado en la roca y estar integrado con la inscripción biográfica de la fachada y con la estatua de Djehtuy, puede descartarse la posibilidad de que hubiera sido un añadido posterior. Pero ahora que sabemos que el pozo funerario de Djehuty es el que se encuentra en la cámara más interna de su tumba-capilla, la pregunta inevitable entonces es, ¿para quién se construyó el pozo del exterior? Solo parecen caber dos respuestas posibles. Una, que se hubiera pensado en un principio para Djehuty, más adelante se cambiaran los planes, se construyera otro pozo en el interior, y éste acabara siendo ocupado por alguna persona próxima a Djehuty, por algún familiar, tal vez por sus padres. Otra posibilidad es que se concibiera desde el principio para ser ocupado por alguien próximo, tal vez sus padres (recuérdese que no tenemos información de que Djehuty tuviera esposa). Por desgracia no disponemos de datos para poder resolver la incógnita.

4. Excavación del pozo funerario en la sala transversal de Djehuty

En el lado oeste/sur de la sala transversal de la capilla-tumba de Djehuty se abre un tercer pozo funerario. Este sí que es ciertamente de época posterior, muy probablemente de la dinastía XXVI (c. 650 a. C.). La boca no es rectangular, sino cuadrangular, 1 x 1,18 m., por lo que el ataúd descendería vertical, y no tiene brocal a su alrededor. En la primera campaña estaba perfectamente visible y su interior estaba excavado/vaciado hasta 2,30 m. de profundidad. El hallazgo de varios fragmentos de periódico confirmaría que el pozo había sido inspeccionado a finales del siglo XIX. Comenzamos nuestra excavación durante la pasada campaña y nos detuvimos al encontrar la abertura a dos cámara sepulcrales. Este año continuamos y terminamos la excavación.

El pozo mide 5,40 m. de profundidad. En el lado norte/oeste se abre la entrada a una de las cámaras sepulcrales. Las dimensiones son 2,65 x 2,40 m. La altura en el centro es de 1,55 m. y en los laterales de 2,35 m., teniendo las esquinas intencionadamente redondeadas, lo que le proporciona a la cámara una ligera forma abovedada, característica de las cámaras sepulcrales de época Saita. En la parte central del suelo de la cámara, pero algo desplazado hacia el lado izquierdo, se talló en el suelo una oquedad cuadrangular de 60 cm. de lado y 45 cm. de profundidad, para colocar dentro una caja de madera conteniendo los cuatro vasos canopos. En el fondo encontramos restos de la base de la caja de madera y la tapa de piedra caliza de uno de los vasos canopos. La tapa representa la cabeza de halcón del dios Qebehsenuef, el ‘hijo de Horus’ encargado de la protección de los intestinos del difunto momificado. Los rasgos están cuidadosamente tallados y el lacrimal del ojo-udjat se ha pintado de negro.

En el lado este/norte del pozo se abre el acceso a la segunda cámara sepulcral, de dimensiones similares a la otra, 2,45 x 2,85 x 1,55 m. Aquí no se ve tan claramente la forma abovedada. En el suelo de esta cámara se abren dos oquedades cuadrangulares de las mismas dimensiones que la de la otra cámara, pero ninguna contenía nada reseñable. Dos de las paredes, sin embargo, presentaban una curiosidad: en tres lugares a media altura se trazaron con tinta negra nueve líneas verticales en paralelo, probablemente una marca de los canteros que tallaron las paredes para indicar el numeral nueve. El hallazgo más significativo de la excavación de la cámara fue una vasija de cerámica prácticamente completa.

Observando la planta del pozo funerario, parece ser que la primera cámara en tallarse fue la norte/oeste, que es la que está bien alineada con pozo, y luego se tallo la otra, que quedó muy descentrada con respecto al pozo. En la excavación de ambas cámaras se sacó a la luz una enorme cantidad de cuentas de fayenza y de fragmentos de figurillas-shabtis de distintos conjuntos pero del tipo característico de época Saíta, además de fragmentos con inscripción procedentes de las paredes de arriba de la capilla-tumba de Djehuty.

5. Excavación en las tumbas de Hery y Baki

La cámara más interna del monumento funerario de Hery mide 5,20 x 6,60 m., y tiene un grueso pilar en el centro. Igual que ocurría en la tumba-capilla de Djehuty, está llena de escombros casi hasta arriba, debido principalmente a dos grandes agujeros, uno en el techo y otro en la parte de arriba de una de las paredes, a través de los cuales cae dentro una gran cantidad de tierra y de piedras. Uno de los objetivos de la presente campaña era solucionar este problema para poder excavar en el interior el año que viene.

El agujero del techo coincide en parte con el pilar del centro de la cámara. Al final de la campaña terminamos bloqueando el agujero con un muro de piedra y pudimos excavar casi medio metro alrededor del pilar, dejando despejada la parte de arriba y nivelado el terreno dentro de la cámara. El proceso no fue sencillo, pues no podíamos ver las dimensiones del agujero debido al cono de piedras que caía, el cual no podíamos tocar sin provocar un derrumbe. Por esa razón, seguimos la misma estrategia que con Djehuty y comenzamos a excavar por encima de la tumba-capilla, en el exterior, con el fin de encontrar la parte de arriba de la chorrera que desembocaba dentro de Hery. La tarea fue dura porque en la falda de la colina se ha acumulado con el paso del tiempo una enorme cantidad de tierra y piedras de mediano tamaño que hace que el terreno sea es difícil de excavar en un plano inclinado.

El año pasado, excavando en esta zona, descubrimos una pequeña capilla de época ramésida (c. 1100 a. C.) con interesantes pinturas en las paredes, que representan varias escenas de telares, de confección de telas de lino, nombrándose a un tal Ramose, supervisor de los ‘hilanderos’. Este año, junto a su entrada, hallamos un vaso canopo de mentira, es decir, macizo, con la tapadera tallada en forma de cabeza de babuino, representando al dios Hapy, encargado de la protección de los pulmones tras eviscerar y momificar al difunto. Excavando alrededor, descubrimos, entre otras cosas, que la capilla se comunica con otros dos habitáculos de pequeño tamaño que se adentran en la colina hasta alcanzar otras dos grandes salas, de techos altos y delgados pilares en el centro. Probablemente estas galerías estén relacionadas con la reutilización de esta área de la necrópolis como santuario para depositar exvotos de momias de ibis, halcones y otros animales en el siglo II a. C., como así lo testimonian los numerosos graffiti en tinta roja, escritos en demótico, con los que nos hemos ido topando en sucesivas campañas. El año que viene seguiremos excavando en la zona para aligerar de peso por encima de los monumentos, investigaremos más en profundidad estas galerías e intentaremos producir un plano preciso de este sector.

Después de haber bloqueado el agujero del techo de la cámara de Hery, tocaba solucionar el problema del agujero de la pared este/norte, que comunica con la vecina tumba-capilla de Baki, sólo separada en horizontal por medio metro y cuyo suelo se encuentra a un metro por encima del nivel del techo de Hery. Para ello, se hacía necesario comenzar a excavar desde el interior del monumento de Baki, que tenía una acumulación de tierra y piedras de un metro de potencia. En el año 2005 habíamos excavado ya su patio de entrada, y fue entonces cuando descubrimos grabado en unos bloques de piedra el nombre del propietario y uno de sus títulos principales, “supervisor del ganado de Amón”. Baki debió vivir en Tebas probablemente unos años después que Djehuty, pero también durante la dinastía XVIII. La parte interna de su monumento funerario fue retallada una época posterior indeterminada, hasta el punto de que, no sólo la pintura sobre mortero que cubría sus paredes se ha perdido casi en su totalidad, sino que la forma de la tumba es hoy casi irreconocible, pareciendo más una cueva que otra cosa. De hecho, cuando Champollion entró en ella en 1829 para acceder desde su interior hasta Hery, la denominó “caverna”.

Como el objetivo principal era encontrar el agujero que comunicaba con Hery, la excavación se limitó a una trinchera o cata de 6,30 m. de largo y 2 m. de ancho, junto a la pared común entre las dos tumbas. En el proceso, salieron a la luz numerosos testimonios de la reutilización moderna como establo, más de un suelo artificial de tierra (“dakka”) y un hogar circular formado con adobes, donde se encendió fuego en varias ocasiones. Sin duda lo más interesante fue descubrir en uno de los laterales un nicho con cuatro estatuas sedentes, que probablemente corresponderían al propietario, su esposa y sus dos padres. Las estatuas están muy deterioradas, y resulta por ahora desconcertante su ubicación, pues lo normal es que las estatuas de este tipo se encuentren al fondo de la tumba-capilla y no en un lateral junto a la entrada. Justo debajo de ellas, en la unión del zócalo con el suelo de la sala, descubrimos la apertura del agujero que desciende hacia Hery. Así, despejando el terreno a su alrededor, solucionamos la caída de escombros desde aquí y con ello el último problema que nos impedía excavar dentro de la cámara más interna de Hery, donde esperamos recuperar algunos fragmentos de las maravillosas escenas en relieve que se desprendieron de las paredes del pasillo central (6,20 m. de longitud y 1,68 m. de altura). También esperamos sacar a la luz, a medida que vayamos retirando los escombros, más restos de la decoración en relieve que en su día lucían las paredes de la cámara. Y, ¿por qué no?, tal vez nos esté esperando en la cámara un nuevo pozo funerario, el pozo que nos conduzca a la cámara sepulcral de Hery. Todas estas incógnitas y algunas más las esperamos resolver en la campaña de 2011.