Las jornadas laborales tenían una duración variable, según las dimensiones de la tumba. La jornada de trabajo comenzaba al amanecer y duraba unas ocho horas, con una pequeña interrupción a las cuatro horas para trabajar. Los trabajadores se organizaban en equipos que trabajaban bajo la supervisión de una arquitecto. El equipo se subdividía en dos grupos que trabajaban simultaneamente bajo las órdenes de dos capataces. EL jefe del equipo, nombrado por el faraón mismo o por el visir, era el responsable del trabajo, comprobaba los motivos de las ausencias laborales de los trabajadores y trataba con el visir por mediación de un escriba. Los capataces tenían que inspecionar la distribución del material guardado en los almacenes y hacer la lista de los trabajadores presentes y ausentes. EL número de miembros del grupo no era fijo, pero por término medio oscilaba entre 30 y 60 personas, aunque esta cifra se podía incrementar hasta 120 personas.
Programa de construcción
Una vez que había sido elegido el lugar de construcción del enterramiento, se confiaba la ejecución del proyecto al arquitecto y los artesanos de Deir el-Medina: El primer paso consistía en dibujar la planta de la tumba, especificando las características arquitectónicas así como la decoración, las pinturas y los textos que se representarían en las paredes. Las obligaciones de los trabajadores eran especializadas y complementarias: canteros, yeseros, escultores, dibujantes y decoradores trabajaban coco con codo y simultaneamente en una especie de cadena de montaje.
Los canteros eran los primeros en entrar en acción. Mientras progresaban las excavaciones que iban penetrando en la montaña, los yeseros alisaban las paredes de las zonas más cercanas a la superficie y colocaban una capa de muna, una especie de yeso obtenido a partir de arcilla, cuarzo, piedra caliza y paja triturada., sobre la que aplicaban una capa más ligera de yeso, hecho de arcilla y piedra caliza, para acabar enjalbegando la pared con aljez disuelto en agua. La decoración, que era elegida por los sumos sacerdotes junto con el faraón, se confiaba a los artistas. La superficie a tratar se subdividía en numerosos cuadrados por medio de almagre y un cordel atado a un palo, con el fin de colocar correctamente las figuras y los textos, de manera que las proporciones se respetaran de acuerdo con los cánones establecidos. Los dibujantes trabajaban bajo la supervisión de un dibujante-jefe que hacía las correcciones necesarias en carboncillo. Después intervenían los escultores, que comenzaban a labrar la roca para obtener un bajorrelieve al que luego darían color los pintores.