31 Enero 2020

Este viernes ha sido un viernes muy especial. María dice que habría que titular este día en el Diario como “Partida y regreso por un Djehuty”, haciendo alusión al Hobbit. Organizamos una excursión al Wadi Hamammat, que es el wadi que comunica el valle del Nilo con el mar Rojo, alcanzando el puerto de Quesir. Como es un lugar que los turistas no visitan, hace falta el permiso de la policía, que conseguimos gracias a las habilidades del rais Ali. Salimos del hotel a las 6:30 en un microbús y calculábamos que tardaríamos unas tres horas. Pero al llegar a Qift, que es el pueblo donde comienza el wadi, la policía local no nos permitió seguir adelante, alegando que el permiso de la policía de Luxor no servía y que tendríamos que haber organizado que un coche de policía nos acompañara todo el trayecto, pues ellos no nos podían escoltar. Después de pasar una hora discutiendo y llamando por teléfono a varias autoridades locales, al final nos resignamos y aceptamos el plan B. El plan B consistía en seguir unos kilómetros más al norte hasta Qena y coger allí la autopista que lleva hasta el puerto de Safaga, en el mar Rojo, luego bajar paralelos a la costa hasta Quseir y entrar al wadi Hammamat desde el mar en lugar de hacerlo desde el valle. Esto suponía aproximadamente una hora y media más de viaje.

Otra frasecita de María durante el viaje fue “cuando se cierra una puerta se abre una ventana”. Y así ocurrió. El indeseado rodeo, nos llevó hasta el mar e inesperadamente tuvimos la oportunidad de pasar una hora en la playa y algunos hasta se animaron a bañarse, incapaces de resistirse al azul turquesa del agua. En el breve paseo andábamos dando tumbos, no sabiendo dónde mirar, pues a la belleza del agua se sumaba que la orilla estaba salpicada de caracolas preciosas y corales. La excitación que experimentamos debió de ser algo similar a la que experimentarían los antiguos egipcios cuando alcanzaban la costa tras la larga travesía por el desierto oriental. A ellos les esperaba la travesía en barco hacia el sur, en busca de las especias y productos exóticos del Punt, la actual Eritrea y Yemen. A nosotros nos esperaba, por fin, el Wadi Hamammat.

Cuando ya cantábamos victoria, el control de policía a la entrada del wadi supuso un jarro de agua fría, pues nos tuvieron retenidos una hora, sin saber muy bien por qué. Aprovechamos la parada para comer en el autobús los bocadillos que llevábamos y ahorrar así algo de tiempo. Cuando nos dieron luz verde, todavía nos quedaba una hora larga hasta llegar a la zona de cantera en mitad del wadi, donde los antiguos egipcios, desde el Reino Antiguo en adelante, extraían una piedra muy dura de color gris verdoso, denominada grauvaca. Se conservan graffiti con el nombre del rey Khufu (Keops), Unas, Merenre… Algunos de los cabecillas de estas expediciones en busca de esta preciada piedra gravaron graffiti conmemorando su exitosa campaña, unas veces honrando al monarca que les envió o reproduciendo el despacho real, otras alabando a la divinidad del lugar, el dios Min. En ocasiones, además de su nombre y títulos, aluden a la número y composición de su destacamento. En definitiva, los graffiti constituyen un importante conjunto documental para la historia social, económica y religiosa del antiguo Egipto durante un extenso periodo de tiempo.

A las 5:30 de la tarde iniciamos el regreso, que fue especialmente penoso, pues nos prohibieron continuar por el wadi y tuvimos que dar la vuelta y volver sobre nuestros pasos, volviendo a dar el mismo rodeo de la ida. Después de más de seis horas de autobús, llegamos al Marsam a media noche, derrengados, sí, pero encantados de haber podido tocar el agua del mar Rojo y de haber podido trepar por las peñas del Wadi Hammamat en busca de antiguos graffiti, dos experiencias inolvidables; por no hablar de las comidas en el bus o las paradas en las “estaciones de servicio” del camino. En verdad, compartir un viaje, sus ratos buenos y no tan buenos, es de las experiencias que más une.