30 enero 2011

A la mañana siguiente, en el desayuno de las siete, después de intercambiar impresiones, decidimos dar por terminada la campaña, tratar de cambiar los billetes de avión y volver a casa. Las noticias que nos llegaban desde El Cairo eran ciertamente desalentadoras. Además de saquear comercios y oficinas bancarias, el Museo, ubicado en un extremo de la plaza de Tahrir, había sido asaltado, se habían roto varias vitrinas y algunas de las estatuillas de Tutankhamon yacían en el suelo junto a las maquetas de soldados de Meketre. Unos kilómetros más al sur, en las necrópolis de Sakkara y Abusir, e incluso en Giza, se había irrumpido en los yacimientos arqueológicos y almacenes del Servicio de Antigüedades. En la ciudad de Luxor también había habido disturbios, aunque sin consecuencias, en el templo de Karnak. La gente del hotel, el rais Ali y nuestros trabajadores no paraban de repetir que la cosa mejoraría en uno o dos días, pero nosotros tratamos de analizar la realidad sin mezclar lo que nos gustaría que fuera con lo que de verdad estaba ocurriendo. La conclusión que alcanzamos es que en estas condiciones no podíamos continuar la excavación, que la seguridad personal era lo primero y que más valía pecar de precavidos que de temerarios. Era mejor perder la mitad de una campaña que lamentar pérdidas más graves y de consecuencias mayores. Muy a nuestro pesar, comenzamos a planear una retirada ordenada.

Pero la cosa no sería tan fácil, pues sin internet no podíamos cambiar ni comprar on-line billetes de avión, y por la misma razón en la oficina de EgyptAir los ordenadores no estaban operativos. A media mañana, Andrés y Joan se marcharon al aeropuerto para iniciar su viaje de regreso a España. Tenían sus billetes con EgyptAir para la madrugada del lunes vía Cairo, pero como el toque de queda era hasta las siete, el vuelo Luxor-Cairo lo perderían seguro si no se iban hoy pronto al aeropuerto. Al llegar allí, descubrieron que el vuelo Luxor-Cairo se había cancelado, pues en el aeropuerto de El Cairo había un lío tremendo. Improvisaron un “plan B” y buscaron otro vuelo desde Luxor pero sin pasar por El Cairo, y encontraron uno a Viena haciendo escala en Hurgada.

Esa misma mañana desde España nos tendían una mano providencial. Además del apoyo y ayuda de nuestras familias, el director del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, Eduardo Manzano, nos llamó por teléfono y se ofreció a conseguirnos billetes de avión el lunes, cuando abrieran la agencia de viajes, y la directora de prensa, Ainoha, comenzó esa misma tarde a hacer gestiones con distintas líneas aéreas. La tarde transcurrió suavemente, sin sobresaltos. A las nueve nos juntamos para cenar con los cinco miembros del equipo belga que quedaban. El menú, sopa de cebolla y canelones de espinacas, regados con una botella de Ribera del Duero y otra de Rioja que nos habían traído amigos recién llegados de España, y todo ello bien empapado en buen humor y camaradería. Mañana será otro día.