28 enero 2003

Vida cotidiana

Había empezado a describir los detalles de la excavación, pero la verdad es que hoy da igual si hemos descubierto cinco o seis conos funerarios, o si el ushebti es de la dinastía XXVI o de Época Tardía. Contaré sólo lo importante, que es la boda del hermano del rais Ali Farouk, Mohamed. Como Ali es el primogénito y su padre ya murió, él es quien tiene que llevar las riendas de la organización de la boda.

Trabajamos hasta las tres y, tras un breve descanso, nos arreglamos como pudimos porque cuando hicimos el equipaje en España nunca pensamos que nos invitarían a celebraciones de este tipo. La fiesta comenzaba a las ocho de la tarde, pero Ali nos había invitado a los once del grupo “Djehuty” a comer antes a su casa. Nos vinieron a recoger a la salida del ferry, al otro lado del Nilo. Ala con su coche, como hace todas las mañanas, y un familiar que no conocíamos con el coche de la novia, que tenía una muñeca de buen tamaño atada sobre el techo con un enorme lazo. El ambiente se iba calentando.

En casa de Ali estaba toda su familia preparada ya para la gran fiesta. Nos sentaron a los once en una larga mesa y nos sirvieron arroz, moluheia (de espinacas), una caldereta de cordero con verduras y pollo relleno. Para beber: Coca-cola, Seven-up y cerveza. Ellos no comieron, pues la forma que tienen de ofrecerte su hospitalidad es servirte, en el sentido literal de la palabra. Estaba todo riquísimo, incluso el arroz sabía especial (más suelto que el del Marsam). Mientras comíamos, poco a poco se fueron presentando los numerosos miembros de la familia, desde la madre, una mujer curtida y encantadora, hasta la pequeña Iara, la hija de Ala de pocos meses. Antes de salir, hizo su aparición en el comedor el novio, vestido de traje de chaqueta oscuro, corbata roja y una amplia sonrisa.

Para movernos, nos apretujamos en cuatro choches. El primer destino fue ir a buscar a la novia a una peluquería dentro de un hotel de lujo, es decir, de extranjeros. Luego, fuimos todos los coches en comitiva a un estudio de fotografía para sacarnos las fotos oficiales, con un paisaje nevado de fondo.

La celebración tuvo lugar en una especie de cancha de deporte, llena de sillas y con una gran tarima, donde se sentaron los novios en dos grandes tronos mirando a la concurrencia. Debíamos ser unas trescientas personas. Los hombres se sentaron a un lado y las mujeres a otro. Pero no hay que sacar conclusiones precipitadas: el ambiente era de alegría y felicidad, todo muy natural y relajado. La música estuvo sonando sin parar hasta las doce de la noche. Los cantantes y los músicos eran excelentes, con unas voces y unos ritmos que te levantaban de la silla y te ponían a bailar sin casi darte ni cuenta. Incluso José “el valenciano” (de Gandía), que no pensaba bailar ni borracho, acabó saltando y dando palmas. A “Jaima” (es decir, Gemma) también le costó un poco al principio, pero luego se soltó la melena. Chicos y chicas, mayores y niños, se lo estaban pasando en grande.

Cinco de nuestros trabajadores estaban también invitados, al igual que nuestro inspector Mahmoud “Khufu”. La familia “Djehuty” casi al completo.

Creo que no me equivoco si digo que todos los del grupo estabamos sorprendidos y maravillados con lo que veíamos y con lo que sentíamos. Una vez más los egipcios nos han sobrepasado en hospitalidad, en afectividad, en cariño, en simpatía, en generosidad. Y es que no se necesita mucho más: una Mirinda, música, buena compañía, mirar a los ojos y sonreir.

Disfrutamos de cada segundo, de cada baile, de cada cara, de cada gesto, de cada apretón de mano, abrazo y beso. Supongo que cada uno de nosotros habrá sentido cosas distintas y personales. José Miguel seguro que se acordó mucho de sus niños al bailar de la mano con la pequeña Amira (sobre todo de Irene, que la encanta disfrazarse y bailar). Marga comentó que nuestro “Antoñito Djehuty” hubiera disfrutado como nadie de esta fiesta. Yo, entre todas las cosas que te galopan por la mente en una situación tan especial, pensaba en la suerte que teníamos de estar aquí, y que la gente es mayoritariamente buena, sencilla y amable, y que las guerras no tienen sentido, que sólo pueden concebirse desde la ignorancia. Si los que fabrican las guerras hubieran estado con nosotros esta noche y compartido nuestra experiencia, tan tremendamente humana, creo, quiero creer, que comenzarían a pensar que la paz es el único camino sensato, que no hay otro. Las diferencias culturales y religiosas no son un obstáculo para relacionarnos, sino que son, de hecho, la mejor razón para acercarnos unos a otros, para descubrirnos y apreciar tanto a los otros como a nosotros mismos. Esto tan simple ya nos lo enseñó el cuento egipcio de Sinuhe hace cinco mil años.

Un brindis por los novios, por Ali Farouk y su familia y por la paz.