Hoy no hemos podido ir a la excavación por orden de la policía turística, pero de todas formas nos hemos levantado temprano para aprovechar el día avanzando en la documentación de la excavación. A las siete estábamos desayunando y media hora después la Harwa estaba ya en “modo trabajo”. A las doce habíamos quedado con las conservadoras del Museo para visitar nuestras piezas y que todos pudieran ver cómo de bien ha quedado la instalación de los shabtis de la dinastía XVII junto al ataúd-rishi de Neb. Junto a ellos se encuentra la cama de Tutankhamon y, detrás, asoma la cabeza el enigmático Akhenaton. Todo un lujo. Casi la mitad de la vitrina grande del piso de arriba del Museo es ya nuestra.
El día de hoy, más tranquilo de lo habitual, ha servido, entre otras cosas, para darnos cuenta, por un lado, de la enrome suerte que tenemos estando aquí, en Luxor, y poder estar haciendo lo que más nos gusta, rodado de gente encantadora además de magníficos profesionales, en un lugar excepcional. Y hacer descubrimientos, y poder hacer aportaciones científicas, y restaurar monumentos de hace 3,500 años, y tener vitrinas con el fruto de nuestro trabajo en un museo precioso, lleno de obras de arte. Una verdadera suerte. Por otro lado, conviene de vez en cuando frenar un poco y esforzarse en relativizar los problemas. Perder un día de trabajo es, efectivamente, un revés, pero tampoco es el fin del mundo, no es tan grave, y gracias a ello hemos ido al museo, hemos tenido algo más de tiempo para revisar la documentación, por la tarde nos han visitado amigos del Museo Metropolitan de Nueva York, luego hemos ido a cenar a la Chicago House… Mañana será otro día, otro día distinto al anterior y distinto al que le seguirá, y cada uno con sus sabor particular e irrepetible.