Mientras nosotros vamos terminando los trabajos pendientes, los trabajadores desmantelan las jaimas y van guardando todo para el año que viene. Además del inventario de los materiales hallados en los distintos pozos, tenemos que ocuparnos de envolver y guardar las momias en un lugar seguro y lo más limpio posible. Todavía hay tiempo para el sprint final y aprovechamos cada minuto. Ana escanea las cámaras de su pozo, todavía parcialmente llenas de bloques de caliza y algunos adobes. Luego subimos a lo alto del yacimiento para documentar bien la tumba que quedaba detrás de la última casa del poblado, justo por encima de la tumba de Djehuty. La tumba se usó como almacén y para tener allí guarecidos a los animales. Las paredes están ennegrecidas y hay agujeros en varios sitios para que anidaran dentro palomas y pichones. En medio del pasillo hay un granero de barro de forma muy característica de esta región. Es un bonito ejemplo de una tumba, probablemente de la dinastía 18, reutilizada para actividades de la vida cotidiana en época moderna. A última hora de la mañana, bajamos Laura y yo a la cámara sepulcral de Djehuty para revisar algunos detalles del texto escrito y cerrar bien las entradas, con el objetivo de conseguir que la temperatura y humedad se estabilicen.
Al día siguiente, el jueves 23 cerramos el yacimiento hasta el año que viene. La parafernalia del cierre se prolonga un poco demasiado, pues hay que cerrar bien todos los almacenes y redactar los documentos de fin de campaña en el libro que custodian los guardas de la zona. Luego viene la paga final a los trabajadores que se han quedado con nosotros hasta el final. Y para terminar, los abrazos y los deseos de volver a vernos el año que viene. Se mezclan los sentimientos de alegría por lo bien que ha ido todo, con los de tristeza por la despedida. Pero sólo hasta el año que viene. Ya sólo quedan diez meses.
Por primera vez el yacimiento quedará abierto a los visitantes que se acerquen por Dra Abu el-Naga, y nosotros, igual que Djehuty hace 3.500 años, queremos que se acerquen a ver su tumba y conozcan quién fue y, de paso, que conozcan quién fue su vecino Hery, y quiénes eran los que junto a sus monumentos se enterraron en modestos pozos asociados a pequeñas capillas de adobe. Abriendo las tumbas al público, le devolvemos a los monumentos funerarios su razón de ser primera: “pasen y vean”. Djehuty y Hery recuperan su nombre en la memoria colectiva, y por fin tienen su hueco en la historia. Gracias a todos los que, de una u otra forma, han hecho posible este sueño, porque esto ha sido un trabajo de equipo, en el que por suerte ha participado mucha gente. Mil gracias a todos y cada uno de los mecenas, de los patrocinadores, de los colegas, compañeros, amigos y familia. Gracias en nombre de Hery, de Djehuty y de todo el equipo.