22 enero 2018

La Historia no son solo grandes batallas con vencedores y cencidos, acuerdos de paz acompañados de matrimonios de conveniencia, crisis seguidas de revoluciones, imperios que se expanden y se hunden. La Historia la constituyen también pequeñas pinceladas, puede que insignificantes desde la distancia, pero que, de cerca, nos devuelven la humanidad que siempre tuvimos y nunca debimos olvidar. La excavación de hoy nos ha regalado tres detalles de la vida y creencias de los antiguos egipcios que nos acercan a su humanidad. Gudelia, revisando los montones de lino que Carlos halló en la excavación de la gran tumba tallada en la roca frente al jardín y que fue reutilizada en la dinastía XXII, es decir, unos mil años después, ha descubierto que una de las telas conserva la fecha de producción en una esquina, junto al borde de flecos. La inscripción, escrita en vertical, menciona al “sacerdote puro, Amenhotep” en el “año 14”. Es la segunda pieza de lino con fecha que documentamos en esta campaña procedente de esa misma cámara.

También de allí proceden los restos humanos que está estudiando Jesús en la jaima grande. Analizando con atención el tronco del cuerpo desmembrado de un individuo, identificó la incisión en el lateral efectuada por los embalsamadores para extraer por ella las vísceras del difunto. Y al levantar unas capas de lino descubrió, para su sorpresa, que la incisión tenía una fina placa de metal con el ojo de Horus cuidadosamente inciso. Esta es una práctica conocida e incluso mencionada por Herodoto, pero que muy rara vez se ha constatado arqueológicamente. Su propósito era actuar como amuleto y evitar que la putrefacción o algún otro mal entrara en el cuerpo del difunto y lo dañara. El metal parece plata y la calidad de la pieza es verdaderamente excepcional.

El tercer detalle anecdótico y, a la vez, significativo, sucedió también en la jaima grande, donde Lucía y Charlotte recomponen los cartonajes decorados de la dinastía XII. Al final de la mañana se les unió Erico, un restaurador que está trabajando con una misión suiza en el Valle de los Reyes. Cuando los tres estaban analizando detalles de la elaboración y decoración de los cartonajes, observaron que varias moscas habían quedado sumergidas y atrapadas cuando a uno de ellos se le echó por encima una resina negruzca que supuestamente servía para asociar al difunto con el dios Osiris y dotarle de su capacidad de resurrección. Las moscas eran, sin duda, asiduos testigos de todo el proceso de momificación, funeral y entierro del difunto. Ahora algunas de ellas, habían quedado sumergidas bajo la resina negra, pudiéndose apreciar perfectamente su fisionomía.