Después de mucho tiempo de negociaciones con el Comité Permanente del Ministerio de Antigüedades, por fin nos concedieron este año una nueva extensión del yacimiento hacia arriba de la montaña. Incorporamos el área que ocupaba la casa más al norte del poblado moderno de Dra Abu el-Naga, que quedaba justo por encima de la tumba de Djehuty. El objetivo es, una vez retirados los escombros caídos sobre el suelo, alcanzar aquí la roca madre e ir bajando hacia la tumba de Djehuty dejando visible la roca. En el proceso, desmontaremos los muros de adobe que en su día levantamos nosotros para sujetar el escombro suelto sobre la ladera de la colina. Probablemente, al llevar a cabo esta operación de “limpieza”, encontremos la entrada a nuevas tumbas, hasta entonces ocultas bajo los escombros. La propia casa de arriba se levantaba en el patio de entrada a una tumba y ocultaba así su fachada con pilares cuadrangulares de la dinastía 11 ó 12, denominada en el argot egiptológico “tumba saff”.
La idea de fondo de esta operación es, que si en un par de años las tumbas de Djehuty y Hery van a estar abiertas al público, no sólo ofrecer al visitante el interior de las tumbas, sino también una imagen de esta parte de la necrópolis lo más próxima a cómo habría estado al final de la época antigua. Creo que una de los aspectos más interesantes y singulares de nuestro yacimiento es, precisamente, que se puede apreciar bastante bien cómo fue evolucionando la necrópolis y los monumentos funerarios desde el año 2000 a. C. hasta época romana. Este valor añadido debemos realzarlo. De igual forma que desde el punto de vista arqueológico y científico nuestro trabajo ha apostado por mostrar que las tumbas no son monumentos aislados, sino que forman parte de un entramado, y que sólo pueden explicarse y entenderse poniéndolos en relación con otros monumentos contemporáneos y anteriores, formando parte del “paisaje”, pues también a la hora de pensar en hacer visitables las tumbas apostamos por mostrar no sólo su interior, sino también el “paisaje” del que forman parte, su contexto, la historia que les rodea y que les da sentido.
Hoy es el último día de trabajo en el yacimiento. Toca recogida total, dejar el yacimiento limpio, protegido y listo para retomar el trabajo el año que viene. Se desmontan las jaimas y las mesas. Se guardan los materiales hallados y los materiales de trabajo. A media mañana, los hallazgos principales los transportamos, escoltados por la policía, hasta el almacén del Servicio de Antiguedades junto a la casa de Carter. Las piezas que todavía necesitan más estudio se guardan en el “Study Magazine” y las piezas completas y de valor, se incorporan al “Register Book” y se guardan en otro cuarto. Siempre cuesta trabajo despedirse de las piezas que más atención han despertado, pero este es el primer paso en el camino que conduce, tal vez, a una vitrina en el Museo de Luxor. Cerramos el yacimiento pasadas las tres de la tarde con la última paga, que incluye la propina final. Pero ni ésta, ni los abrazos prolongados entre nosotros consiguen mitigar la tristeza marcada en las caras de todos. Sí se siente un poco de satisfacción de haber llevado a buen término la campaña, de haber conseguido que fuera todo bien hasta el final. Pero se hace duro tener que esperar un año para volvernos a ver y volver a trabajar juntos y compartir aventuras. Deberíamos estar acostumbrados, pues todos los años es igual. Todo lo bueno se acaba y, precisamente por eso lo valoramos y ensalzamos, porque sabemos que tiene caducidad y eso hace que tratemos de exprimir al máximo cada minuto. Pero es que hay cosas que por mucho que uno se repita a sí mismo no aprende.