Los desayunos en el patio del Marsam a las ocho de la mañana son memorables. No sólo por el zumo de naranja y los huevos fritos, que a diario no disfrutamos, sino por la luz suave que invita a la tranquilidad y a disfrutar de las cosas pequeñas y cotidianas, del momento y de las personas que te acompañan. Nos hemos puesto en marcha a las nueve en dirección al Valle de las Reinas. En el camino, pasamos por delante del puñado de casas que quedan en pie del poblado que en su día se extendía por el pie de la montaña hasta Dra Abu el-Naga. Durante unos minutos, seguimos la línea que describen los postes con cámaras de vigilancia, que se levantan cada cincuenta metros. ¿Qué pretenden vigilar? ¿Qué seguridad pretenden ofrecer? Un completo sinsentido que ensucia el paisaje y que no sirve absolutamente para nada. Entre otras cosas, porque no están conectadas, ni hay un centro de seguimiento, ni nada. Bueno, eso de que no sirven para nada es un decir, pues han servido para lo que estaban pensadas, para que alguien haga un negocio redondo. Los locales calculan que los cientos de postes con cámaras de vigilancia esparcidos por toda la montaña han costado más de veinte millones de euros, dicen los rumores que costeados por la Unión Europea. ¿Y nos creíamos que sólo se construían infraestructuras inútiles y estéticamente horribles con el dinero de los españoles? No, también se hacen con el dinero de los europeos.
Rápidamente recuperamos el modo positivo al alcanzar al Valle de las Reinas. Parte del equipo decide entrar a visitar la famosa tumba de Nefertari, quien fuera esposa del faraón Ramsés II, una ocasión única, pues el gobierno egipcio decidió bajar drásticamente el precio de su visita para incentivar el turismo. Y a los que entraron no les defraudó, y disfrutaron de una tumba maravillosamente decorada y conservada durante una hora larga. Y ya en el Valle de las Reinas, de visita obligada son también las tumbas de los príncipes Khaemwaset y Amenherkhepesef, hijos de Ramsés III.
Siguiendo la senda que pasa por el santuario rupestre de Mersegert, la diosa serpiente que encarna la colina de la necrópolis y que fue especialmente venerada en época ramésida, llegamos hasta el poblado de Deir el-Medina, donde habitaron los artesanos y canteros que construyeron y decoraron las tumbas del Valle de los Reyes, también en época ramésida, sobre todo en torno al año 1200 a. C. Hace poco tiempo se han abierto al público aquí otras cuatro tumbas. Son todas ellas pequeñas, pero están maravillosamente decoradas con escenas del inframundo, y conservan los colores de una forma espectacular. Cada una de ellas es una verdadera obra del arte, producto de un refinamiento intelectual y estético que te hace sentirte orgulloso del ser humano.