20 enero 2012

Un grupo del equipo se ha ido al Valle de los Reyes subiendo la montaña por Deir el-Medina. La mañana estaba muy clara y desde arriba se podía divisar todo el río, hasta la curva de toma el cauce unos kilómetros al norte de Luxor. En el Valle había algunos turistas, lo que da la impresión de que poco a poco la cosa se vuelve a animar. Las tumbas reales de la dinastía XVIII permanecen cerradas al público, pero las ramésidas están todas abiertas, Ramsés I, II, III, IV, etc. Una maravilla.

Otro grupo nos quedamos en el Marsam trabajando y, sobre la una, paramos y nos pusimos a preparar la comida. Como ahora está de moda eso de la “literatura de cocina”, y sin pretender rivalizar con ningún de esos chefs sofisticados que se prodigan por ahí, os voy a detallar el menú, que seguro que os va a gustar. Para ir abriendo bocado, mientras Joan preparaba los fuegos e iba luego haciendo los sofritos previos para la paella, servimos un queso de oveja de Peñafiel (Valladolid), una espléndida cecina de León (que me dio mi madre) cortada muy fina y alegrada con un chorrito de aceite de Valdeolivas (Cuenca), y “capellans” traídos de Benissa, asados a la brasa y luego regados con un poco de aceite para hacerlos más jugosos. Carlos nos deleitó con sus ya famosos “cuencos” de cebolla con una anchoa nadando dentro en un poco de aceite de oliva y colocadas directamente sobre las brasas. Se comen con los dedos y de un bocao, habiendo quitado antes la capa exterior quemada. ¡Exquisito! Para aligerar el asunto, Pía preparó una ensalada de tomate, atún y cebolla muy refrescante, el acompañamiento perfecto. Los platos circulaban sin pausa, la charla era amena, y todo ello los regamos con un vino del lugar, Omar Khayan, y cerveza Stela. Cuando Joan por fin decidió que la paella estaba lista, cambiamos el paisaje árido de la montaña tebana a nuestras espaldas por la contemplación de los verdes campos de cultivo, mientras dábamos buena cuenta de la sabrosa paella benissera, a base de pollo, judía blanca, judía verde, tomate cortado en trocitos y, por supuesto, arroz, con un toque de azafrán local y adornado con pimientos verdes fritos cortados a tiras.

A pesar de lo que pueda pensar el lector cibernauta, al caer el sol, sobre las cinco y media, nos subimos a la Harwa y nos pusimos a trabajar con los ordenadores. ¿Qué no te lo crees? Pues sí. ¡Ah! Y que conste que no os he contado lo del desayuno con huevos fritos… Hasta mañana.