2 febrero 2002

Trabajo de campo

La entrada a la tumba

Sin duda alguna el número de la suerte. Llegamos a la entrada de la tumba a las siete y cuarto de la mañana. Los trabajadores que el rais Ali ha seleccionado se reparten en tres grupos: dos limpiarán a los lados de la entrada, mientras que el tercero lo hará en la parte de arriba. Las herramientas que compramos el día anterior resultan perfectas, incluyendo las azadas grandes. La limpieza avanza a muy buen ritmo gracias al ímpetu de nuestro capataz. A las diez se hace un descanso de media hora. La zona está ya limpia de basura y de cascotes. Incluso se han retirado un par de grandes piedras que dificultaban la tarea de los hombres.

A las doce incluso se perfilan las líneas de los paramentos laterales, que nos marcan por donde debemos proseguir la excavación. Alicia ha tomado las primeras medidas de la estructura exterior del monumento. Entre los escombros de fuera hemos encontrado una variopinta muestra de antigüedades recientes. Las hemos guardado con cuidado en bolsas.

Poco después entramos dentro de la tumba. Los siete miembros del equipo recorrimos el interior examinando las inscripciones y las escenas grabadas en las paredes. La calidad de los relieves es magnífica, y la variedad temática es amplísima. Subimos por encima de los escombros para obtener una primera impresión de las dimensiones del complejo funerario. Es realmente grande, e incluye pozos, cámaras anejas y galerías.

Subimos por encima de los escombros que se amontonan, llegando casi hasta el techo, al fondo de la tumba de Djehuty. Nuestra sorpresa fue descubrir que el santuario tiene unas dimensiones mayores que las que suponíamos (ver mapa en la sección sobre La Tumba).

Pero eso no es todo. Además, las paredes laterales conservan inscripciones hasta el techo. Tanto los jeroglíficos como las escenas que se pueden ver parcialmente son de una calidad fuera de lo común, conservando parte de su clo común, conservando parte de su color. Todos estamos sobrecogidos. No hay palabras.

Trabajo de gabinete

A las siete de la mañana cargamos los bultos en un pick-up que nos proporcionó la casera. Poco después, llegaba al hotel el rais Ali y nos marchamos en dos coches hacia la tumba.

Cuando llegamos a Dra Abu el-Naga, ya había un grupo de hombres esperando. El día anterior habíamos acordado contratar a 15 trabajadores, pero los jefes locales nos pidieron que añadiéramos a tres hombres del pueblo. Luego sumamos otro más que se encargase de abastecernos de agua con su borrico, igual que se hacía antiguamente en Deir el-Medina, el poblado de los trabajadores de las tumbas reales. Y para terminar, contratamos al hermano de Alí, que se llama Alé, para que nos haga de conductor durante la mañana.

Antes de que empezaramos realmente a trabajar, ya se había corrido la voz por todo el West Bank de que un grupo de españoles iba a empezar una excavación. Así que desde hace un par de días nos han estado entregando papelitos con los nombres de jóvenes para que les contrataramos. Por supuesto, los enchufados por nuestra gentil Natasha tendrían prioridad.

Alí seleccionó a los trabajadores y apuntó sus nombres en una hoja de papel, el cual adoptó la apariencia de un ostracon de Deir el-Medina, pues ya en el año 1200 a. C., se registraban de esa forma (en fragmentos de cerámica o piedras con una de sus caras lisa) los trabajadores que participaban en cada jornada.

El Inspector que nos ha asignado Mohamed el-Bialy para la campaña llegó puntual. Se llama Mahmoud Musa. Es bastante joven y menudo. Su rostro se amable y sonriente.

A las diez de la mañana, durante el descanso de los trabajadores, José Manuel aprovechó para visitar a Mohamed el-Bialy junto con el Inspector y con Alí. Se hicieron los últimos papeleos y regresaron con la llave para abrir la tumba.

Más o menos a las doce de la mañana el Inspector abrió el candado y rompió el sello de la puerta. El sello tenía grabado el nombre de Ibrahim Suleiman, el Inspector que cerró la tumba cuando José Manuel la había visitado por última vez, en noviembre del año pasado.

Durante la comida, a las tres de la tarde, comentamos nuestras impresiones sobre la jornada de trabajo y sobre el interior de la tumba, Todo había salido rodado. El rais es eficiente y enérgico; el inspector es muy amable; el trabajo ha ido a buen ritmo y bien organizado; el interior de la tumba nos ha dejado a todos maravillados. Sin casi tiempo para tomar aliento, nos pusimos a planear la jornada siguiente.

El ritmo de actividad es agotador (la elaboración de la página web lleva mucho trabajo!), pero todos estamos tan encantados que ni nos damos cuenta.

Vida cotidiana