18 Junio 2021

Hoy ha sido un viernes muy especial; ha estado genial. Después de un desayuno pausado en el patio del Marsam, un grupo nos fuimos a visitar el templo de Seti I, que está muy cerca de nuestro yacimiento, frente a la colina de Dra Abu el-Naga. Es un templo que muy poca gente visita, pero hoy estábamos totalmente solos. Es pequeño, asequible, comprensible. No cansa, ni aturde. Aunque la fama se la llevara luego Ramsés II, en realidad fue su predecesor, Seti I, quien demostró se uno de los faraones guerreros más exitosos y que con más vigor defendió a Egipto y su área de influencia de la presión de los pueblos circundantes. Si bien las escenas de batalla en el muro exterior del templo de Karnak son ricas en todo tipo de detalles e información, su templo funerario en la orilla oeste es también una rica fuente de información histórica y de carácter religioso. Su padre, Ramsés I, reinó pocos años y su hijo, Ramsés II, fue quien terminó la decoración y decoración de su templo funerario. No por casualidad, los tres reyes aparecen representados juntos en varias ocasiones.

Terminada la visita al templo, cruzamos la calle y atravesamos el cementerio musulmán de el-Tarif. Algunas de las tumbas tienen plantas, sobre todo cactus y aloe-vera, que necesitan poco agua, como si se tratara de un pequeño jardín funerario. Una de las tumbas incluso tenía frutas en el suelo a modo de ofrenda. Estuvimos vagando por el pueblo una hora, buscando las tumbas-saff de los reyes de la dinastía XI que en su día excavó Flinders Petrie y, en los años setenta, Dieter Arnold para el Instituto Arqueológico Alemán. Aunque los habitantes del pueblo tienen fama de ser poco amistosos con los extranjeros, hoy todo el mundo nos daba la bienvenida y nos insistían a que pasáramos a sus casas  a tomar un té. Un tropel de niños nos seguía dando palmas y celebrando a gritos nuestro paseo. Al final, como ocurre siempre en Egipto, después de muchos rodeos llegamos a nuestro destino en el momento justo. Las tumbas-saff, de amplia fachada tallada en la roca, compuesta por gruesos pilares, se conservan relativamente mal. Las casas han proliferado en el amplio patio en forma de U y la basura, plásticos de todo tipo y objetos amorfos, lo inunda todo e impide ver el suelo. Aún así, nos adentramos dentro de una de las tumbas, de dimensiones colosales, y la luz que se filtraba entre los pilares generaba una atmósfera muy especial. A pesar del poder distorsionador de lo moderno, casas y basura, el conjunto no dejaba de tener su encanto, juntando en n mismo espacio a vivos y muertos.

A las doce y media, después de la oración, Karim nos recogió frente a la casa de Howard Carter, para llevarnos al pueblo de New Gurna y visitar nada más y nada menos que al Sheikh Ahmed Tayib. Tuvimos la suerte que este viernes estaba en su casa, pues él es el imán de la mezquita de Al-Azhar de El Cairo, la más influyente en Egipto e incluso fuera del valle del Nilo. Nuestro interés en visitarle surgió porque Karim me había contado que los viernes la gente se amontonaba en su casa y que incluso venía de muchos pueblos lejanos de peregrinaje y se quedaban a dormir allí. Se daba de comer gratis a todo el que acudiera y se escuchaba y se atendían las necesidades de todo que tuviera un problema y no dispusiera de medios para resolverlo, ya necesitara una intervención quirúrgica o mandar a su hijo a la universidad. Muchas mujeres, viudas o repudiadas por sus maridos. encuentran ayuda aquí. Él o uno de sus hijos resolvía cualquier tipo de conflicto entre la gente y su resolución era aceptada siempre por ambas partes.

Al llegar, comprobamos que lo que Karim contaba era verdad, la muchedumbre llenaba las salas esperando ser atendidos. A nosotros nos sentaron junto a uno de sus hijos, Omar, nos ofrecieron una bebida típica, parecida a la manzanilla, y durante una hora vimos cómo iba pasando una fila interminable de personas que le besaban la mano y le contaban sus problemas. El ambiente era respetuoso y también cordial. Se notaba como una solidaridad de grupo, un vínculo de comunidad. Luego, nos llevaron a saludar a otro de sus hijos y, por fin, nos condujeron a la casa del gran imán, que estaba un poco apartada. Nos recibió con amabilidad y sencillez. Todos nos movíamos despacio, pero sin grandes protocolos. Nos sentamos a su alrededor y nos ofreció una limonada, de las mejores que he bebido e Egipto. Estuvimos charlando con él una media hora, sobre nuestro trabajo, sobre las antigüedades, sobre Egipto, sobre él y sus obras de beneficencia. Resultó toda una experiencia, de esas que difícilmente se olvidan y difícilmente se repetirán.