Egipto, Luxor y la excavación tienen algo especial que hace que salga lo mejor de cada uno de nosotros. Nos hace más infantiles, más soñadores, más ilusionados, más espontáneos, más afectivos. El trabajo intenso y la emoción de la excavación hace que todo se viva a flor de piel. Dentro del equipo somos muy distintos unos de otros, cada uno de su padre y de su madre, y eso precisamente, la diferencia, la diversidad, es lo que hace que sea un gustazo formar parte y convivir con este equipo. Sería triste, un rollo, que todos fuéramos parecidos. Y como quien no quiere la cosa, así, sin pensarlo, nos aceptamos unos a otros como somos, con nuestros muchos defectos, pero unidos por la ilusión y la pasión. Me reafirmo que el éxito del proyecto es el equipo, la buena química entre nosotros. Y eso mismo hace que las visitas que recibimos se sientan cómodas, bien acogidas, o al menos esa impresión dan. Y que siga todo esto así por muchos años.
Los vicepresidentes, Elena y Jesús siguen con nosotros, y hoy es su último día en el yacimiento. Apurando los últimos cartuchos, Elena se ha metido por el agujero que da paso a la gran tumba subterránea, que ahora está topografiando Joan ayudado por Hisham. Antes, como calentamiento, habían bajado los dos al fondo del pozo de Angie para ver cómo progresa la excavación de la cámara sepulcral. Angie e Ibrahím han alcanzado un nivel donde comienzan a salir a la luz adobes caídos y parte del equipamiento funerario del primer propietario, ¿tal vez un príncipe de la dinastía XVII contemporáneo de Intefmose? Habrá que esperar un par de días para tener más datos. Una de las cosas más bonitas de la excavación es la oportunidad que se te brinda de ir descubriendo a las personas, unas del pasado y otras del presente; ir conociendo detalles de su pensamiento, de sus experiencias, de sus gustos. Y así, poco a poco, sin darte cuenta, descubres que de algún modo han entrado a formar parte de tu vida.
En estos tres últimos días las sobremesas se han convertido en una tertulia científica de lo más animada. Casi todos estábamos de acuerdo que la edad más productiva científicamente es entre los treinta y los cuarenta, más o menos, por lo que los posdoctorales son una baza fundamental en el desarrollo de la investigación. Por eso, en este contexto llama la atención, negativamente, que la edad media en el CSIC sea de 54 años. Es fundamental corregir la tendencia de envejecimiento paulatino de la plantilla investigadora. También estábamos todos de acuerdo que el CSIC debe potenciar los equipos de investigación, es decir, destinar los recursos a consolidar los grupos que obtienen resultados. Los científicos del CSIC, al no impartir docencia, tienen en la investigación su única razón de ser; y la investigación se hace en equipo. Por último, me ha convencido la idea que sostenía Elena de que no sólo se ha de financiar la investigación de excelencia, sino también la muy buena e incluso la buena, pues no se pasa de cero a cien de la noche a la mañana, sino que hay que tener en cuenta que los grupos se forman poco a poco y evolucionan progresivamente.
¡Ah! Y os cuento otra cosa que me ha gustado. A Elena, investigadora en química, le ha llamado la atención, paseando por el yacimiento y tras salir del pozo de Angie, que en arqueología, o al menos en nuestra excavación, los descubrimientos ocurren de repente. Mientras en ciencia los resultados van surgiendo poco a poco y cobrando sentido con mucho análisis posterior al experimento en sí, en nuestro caso la sorpresa es parte del proceso: empiezas la excavación de un pozo y realmente no sabes lo que te vas a encontrar, vas acariciando la superficie del relleno de una sala con un palaustrín o una brocha y, de repente, surge un objeto a la superficie como si fuera la punta de un iceberg. Claro que en realidad, esto es la primera instantánea de un largo proceso posterior de relacionar los resultados de la excavación de un contexto con otros, y un largo proceso de buscar respuestas a las preguntas formuladas con anterioridad.