Los trámites empiezan en la otra orilla del Nilo, en la oficina del jefe del Servicio de Antigüedades de Luxor, que está detrás del museo. Éste firma la confirmación de lo ya aprobado y firmado en El Cairo el día antes. Luego ese papel vuelve a la orilla occidental, al “taftish”, la oficina de inspectores, donde el mismo papel recibe una nueva firma. Aquí, se nos asigna y conocemos al inspector que nos acompañará toda la campaña, y él toma nota de todos nuestros pasaportes y de los trabajadores egipcios que formarán parte de nuestro equipo. Después de todo este ir y venir y el papeleo, conseguimos ir al yacimiento y abrir las tumbas a última hora de la mañana. Todo se encontraba más o menos como lo dejamos. El viento había traído algunas botellas y bolsas de plástico, algún perfil había sufrido un pequeño desprendimiento, probablemente consecuencia de los paseos de algunos perros que también fueron dejando su “huella” por el yacimiento. En el interior de las tumbas inevitablemente había entrado polvo, pero por lo demás estaban tal cual las dejamos el año pasado.
Nos fuimos a comer sobre las tres, dejando todo listo para empezar a trabajar al día siguiente. En el hotel, el grueso del equipo se había ocupado de poner en orden todo el material de oficina que dejamos almacenado. Este año, el Instituto Francés de Arqueología nos había hecho el gran favor de comprarnos material de restauración y llevárnoslo hasta el Marsam, lo que nos quitó muchos problemas en los aeropuertos de salida y entrada. Por la tarde, el mudir volvió al aeropuerto a tratar de sacar la estación total, pero sin éxito. Tres horas de acalorada negociación no dieron los frutos esperados, y habrá que volver otra vez al día siguiente…