15 febrero 2016

De las cosas que más me gustan de la arqueología es que tiene muchos símiles con la vida misma. El principal es que por muchas hipótesis, predicciones y planes que uno haga luego la realidad le lleva por los caminos más insospechados. Pero hoy lo que se me viene a la cabeza es que las cosas no tienen valor en sí mismas, sino que valen según nosotros las valoremos. Una cosa es más valiosa que otra en función de hacia dónde vaya nuestro deseo. Y ocurre a veces que te empeñas en buscar algo pensando que es lo más valioso, y no te das cuenta de que a tu lado hay cosas maravillosas que te están pasando inadvertidas. Por otro lado, al no tener las cosas valor en sí mismas, está en nuestra mano el sacar a la luz todo su valor, en mostrar su excepcionalidad, su belleza o su relevancia. No, no se trata de vender motos, de inventarse cualidades que no existen, sino de enseñar a los demás precisamente las virtudes que sí están allí y que por distintas razones pudieran pasar inadvertidas al ojo poco entrenado, o a una mirada demasiado acelarada.

En el pozo del mudir ya han salido cinco cabezas, lo que parece indicar que al menos fueron cinco individuos los que reutilizaron la tumba que por entonces debía tener seiscientos años de antigüedad. Y seguimos bajando… ya vamos por dos metros de profundidad… ya se puede confirmar que tenemos un pozo dentro de otro pozo. Y siguen saliendo decenas y decenas de fragmentos de cartonaje de colores vistosos, de shabtis de cinco tipos distintos, montones de lino de las momias que fueron desmembradas. Casi casi estamos viviendo un cuento tétrico de Edgard Allan Poe con tanta cabeza rodando por ahí. Dos de ellas conservan mucho pelo, y tienen las cuencas de los ojos rellenas de barro y lino moldeado para parecer ojos de verdad. La foto mejor me la ahorro.

Los excavadores nos llevamos, tal vez, la mejor parte de la excavación. Al menos es la tarea más entretenida, sociable y, con un poco de suerte, gratificante. Por eso querría hoy acordarme de aquellos del equipo que hacen tareas tal vez más ingratas. Vale que todos estamos encantados de estar aquí y nos encanta el trabajo que hacemos, pero también es verdad que hay unos trabajos más arduos, como los de materiales, Gude y Curro, que tienen que revisar e inventariar todos los materiales. Los arquitectos, que tienen que ir topografiando cada rincón del yacimiento, cada tumba, cada pozo, cada galería, como hace Joan sin parar ni un minuto; o que le dedican muchas horas a soldar rejas para tapar los pozos o cerrar entradas de tumbas, como le toca hacer a Nacho. Los restauradores en algunos momentos tienen un trabajo muy lucido, pero en otros también se pasan horas y horas de cara a la pared limpiando barro o inyectando grietas, como Suni y sus tres compañeros egipcios. Sólo quería darles las gracias.