14 enero 2005

Trabajo de gabinete

Hoy viernes, día de descanso, un grupo hemos ido de excursión por el West Bank. Primero nos hemos acercado a ver el templo ptolemaico de Qasr el-Aguz, cerca de Medinet Habu. El interés de este pequeño templete es que en él se divinizó en época greco-romana a Amenhotep hijo de Hapu, un importante personaje de época de Amenhotep III que muchos años después se le adscriben poderes sanadores.

Luego, fuimos andando hacia Deir el-Medina, pasando por los pocos restos arquitectónicos que quedan del templo funerario de Tutankhamon y Ay. En el poblado de los artesanos que construyeron las tumbas del Valle de los Reyes, visitamos el templo ptolemaico dedicado Hathor. En la primera sala, sobre una de las columnas, hay una inscripción dedicada a Amenhotep hijo de Hapu y, en otra, a Imenhotep, de nuevo debido a las capacidades curativas de estos dos personajes históricos.

Desde allí nos fuimos al “valle del color”, donde los artistas extraían los minerales para obtener los colores con los que pintarían las tumbas y los objetos de los ajuares funerarios. La geología del lugar es curiosísima. Nos acompañó en este tramo Saleh, un vendedor de baratijas que nos había enseñado el lugar hace un par de años.

Alcanzamos Deir el-Bahari por el templo de Montuhotep. En el templo principal, el de la reina Hatshepsut, buscábamos una posible representación del monarca cazando en los pantanos, es decir, un paralelo al dibujo del reverso de la “Tabla del aprendiz”. Teníamos como pista la referencia un tanto ambigua de un egiptólogo polaco en un artículo. Sólo encontramos una representación de otro ritual, conocido como la “extracción de plantas de papiro”, pero ninguna caza de patos.

De vuelta en el Marsam, Carlos y Juan, que se habían ido con Pía a buscar paisajes junto al Nilo par pintar con acuarela, estaban ya preparando el broche de oro para este día: una paella. Lo más difícil fue encender el fuego con maderillas muy verdes que hacían mucho humo y poca llama, así que acabamos comiendo a las cuatro. La paella, a base de arroz (por supuesto), pollo, pimientos verdes, tomates, garbanzos, ajo, perejil, azafrán y aceite de oliva, salió buenísima. Benissa puede estar orgullosa de Juan Ivars, que fue el maestro paellero. Invitamos a probarla a Natasha, a Tagi y al cocinero del Marsam, Ahmed, y los tres están dispuestos a incorporar la receta al menú del hotel. La Spanish paella marcará, sin duda, un antes y un después en el West Bank.

Vida cotidiana