13 enero 2023

El primer viernes de la campaña nos lo hemos tomado con calma. Hemos desayunado tarde, a las ocho, en una mesa de la terraza que daba bien el sol y mirando a los campos de cultivo. Una hora después salíamos andando, camino de Deir el-Bahari, con la intención de visitar algunas tumbas por el camino. Pero las tumbas de los nobles son tan impresionantes, tienen tantos detalles de la vida cotidiana de la época, que con tanta distracción, como Pinocho camino del colegio, no conseguimos llegar a nuestro destino.

Empezamos parando en la tumba de Ramose, de época de Amenhotep IV/Akhenaton, luego la pequeña, pero magnífica tumba de Nakht, y después Mena, con sus maravillosas escenas de agricultura. Cuando estábamos a las puertas del templo de Hatshepsut en Deir el-Bahari, nos desviamos a ver la tumba de Kheruef, de época de Amenhotep III, magníficamente tallada en relieve, con escenas de mujeres danzando y hombres luchando con motivo de la celebración de la fiesta del levantamiento del pilar Djed, de claras connotaciones de resurrección. Y de regreso al Marsam, paramos en la tumba de Rekhmira, visir de Tutmosis III, para revisar algunos detalles del cortejo fúnebre allí representado.

Las tumbas de los nobles son auténticos libros de historia social, económica y cultural. Si las enormes tumbas del Valle de los Reyes nos cuentan la visión de los antiguos egipcios sobre el inframundo y el camino hacia el más allá, las tumbas de los cortesanos aportan muchos detalles de la vida cotidiana en familia y actividades sociales de distinto tipo. Es sorprendente lo vivo que se conservan los colores aplicados sobre el mortero de yeso con el que recubrían las paredes interiores de las tumbas. En principio, los egipcios preferían realizar la decoración en relieve, tallada en la roca de la colina o en sillares de piedra. Pero eso no quiere decir que las tumbas pintadas no contaran con grandes artistas, capaces de plasmar con sumo cuidado los detalles más llamativos.