Miguel Ángel lleva días y días “encerrado” en su “ibis bar”, es decir, en la pequeña capilla ramésida que descubrimos hace ya cuatro campañas y que se ubica en el cuarto “piso”. Primero fijó y consolidó el grueso preparado de mortero tosco sobre el que se aplicó la pintura, y que, por su alto contenido de paja y la mala calidad de la piedra de la en este nivel de la colina, se había desprendido en gran parte de la capilla. Una vez fijada la base a la pared, limpió cuidadosamente la superficie y, ahora, ha consolidado el pigmento existente. El resultado final es sencillamente espectacular. Donde hace un mes a penas se adivinaban las figuras, ahora la escena se ve y se entiende perfectamente.
En la zona sur del Sector 10 ha salido a la luz un nuevo pozo, a un metro escaso del que se ubica delante de la capilla de adobe. El brocal, como todos, es de adobe, con alguna piedra de caliza embutida en el murete. Entre pozo y pozo, hemos rebajado 20 centímetros y sale a la luz abundante cerámica y acumulaciones de piedras. Tanto unas como otras se apoyan sobre un suelo de tierra compacta o “dakka”. La cerámica, que todavía descansa en su sitio, parece del tipo de comienzos de la dinastía XVIII, pero también podría ser de la dinastía anterior.
Curro y Gudelia no paran ni un segundo en procesar el material que va saliendo en la excavación de los distintos sectores y en el pozo funerario. En uno de los grandes amasijos de tela de lino que hallamos, Gudelia hoy ha descubierto una pequeña inscripción identificativa, mencionando a un “supervisor del granero”. La tela era de gran calidad, pero por desgracia el nombre del propietario se nos escapa. La cantidad de tela que procesamos es impresionante.