12 enero 2016

¡Ya estamos en Luxor!, empezando nuestra campaña número 15, con más ilusión y más ganas que nunca. El viaje fue todo estupendamente. El día 11 partimos de un Madrid lluvioso y desapacible catorce miembros del equipo. Viajamos con un total de treinta y siete bultos, que gracias a la cortesía de EgyptAir no tuvimos ningún problema en facturar, ni tampoco ningún gasto. Alf shukran! En el tránsito por Cairo y a la llegada al aeropuerto de Luxor los aparatos de topografía y de fotografía nos mantuvieron algo entretenidos con las autoridades, pero con un poco de paciencia y buenas maneras fuimos solventando los obstáculos. Fuera del aeropuerto nos estaba esperando el rais Ali Farouk con una furgoneta grande. Tras los abrazos y besos de saludo, nos dirigimos hacia el Marsam por las carreterillas poco transitadas y semi a oscuras que discurren junto a los canales. Llegamos al hotel Marsam pasada la una de la madrugada, y allí nos estaba esperando Klaus, acompañado por Ahmed y Hasán Herian, dos chicos ‘clásicos’ del hotel. A pesar de lo tarde que ya era, nadie puso objeción a una buena sopa de lentejas algo picantilla, acompañada de un plato de tahina y una Sakkara bien fría. Desempaquetar aún sólo parcialmente las maletas nos llevó casi hasta las tres de la mañana, lo que nos vino de perlas para caer rendidos en el camastro ya casi tan veterano como alguno de nosotros.

Para compensar el trasnochar, nos citamos para desayunar a las ocho y media en el patio. El sol ya calentaba un poco y se estaba bastante bien fuera. Mientras el equipo se organizó para ir desembalando las cajas y montando la sala de trabajo en el piso de arria del hotel, en la antigua “Harwa” y que el año pasado rebautizamos como “El Chiringuito”, el mudir se fue con Alí a la otra orilla para continuar la burocracia relativa a la excavación, que había comenzado en el mes de diciembre en El Cairo, con la aprobación del plan de trabajo previsto y la firma del contrato correspondiente con el Ministerio de Antigüedades. Todo fue sobre ruedas, y pronto tomábamos una barca de regreso al West Bank, para rematar el papeleo en el “taftish”. Allí, se nos asignó al Inspector que nos acompañará esta campaña, Abdelgani, un hombre joven y corpulento, que parece bastante responsable y eficiente. Seguro que nos va a ser de gran ayuda.

Sobre las doce de al medio día acabamos todos los trámites, firmas, fotocopias de pasaportes, y nos reunimos con el resto del equipo en el Marsam para ir juntos al yacimiento. Es increíble lo bien que se conserva el lugar desde que no tenemos al poblado moderno junto a nosotros. Las estructuras de adobe, los perfiles de los cortes de la excavación, todo estaba tal y como lo dejamos. A los pocos minutos aparecieron varios de nuestros trabajadores, pertrechados con mazas y azadones con los que demoler los muros de piedra que cerraban a cal y canto las puertas de entrada a las tumbas de Djehuty, -399-, Hery y Ay. Rompimos el sello con el que el inspector del año pasado clausuró la campaña, y abrimos la cancela de hierro. También en el interior todo se encontraba en orden, con algo de polvo que se había filtrado a través del cerramiento, pero nada más.

Tuvimos tiempo para dar varias vueltas por el yacimiento para ir planeando sobre el terreno la excavación que comenzaría ya muy pronto, darle vueltas a dónde levantaríamos este año las jaimas, por donde podrían circular los canasteros para llegar hasta las cribas y el tractor… Y así nos dieron las tres de la tarde. Ni que decir tiene que la primera comida en el patio del Marsam la disfrutamos de principio a fin, disfrutando un sabroso pescado del Nilo, amenizado por unas berenjenas y algo de tomate con cebolleta. Por la tarde tocaba reunión del equipo para ultimar detalles de la base de datos, así que había que reponer fuerzas y ánimos.