La excavación del pozo ya requiere de una polea para ir sacando los capazos de tierra y piedras. Saidi es el trabajador egipcio encargado de excavar con el paletín, mientras que Hasan maneja la polea sentado sobre una tabla atravesada sobre el pozo. El terreno está muy suelto y a unos dos metros de profundidad, han salido a la luz las hileras de adobes más altas de un murete que se levantó en medio del pozo para contener el derrubio. Eso quiere decir que muy probablemente tangamos dos cámara sepulcrales, una en cada extremo del pozo, y que éstas han debido ser saqueadas en época relativamente reciente.
Los demás estamos casi todos implicados en buscar las piezas seleccionadas para la exposición, limpiarlas y consolidarlas si fuera necesario; y los trabajadores egipcios están casi todos ellos dedicados a prolongar el camino de acceso a las tumbas, con el objetivo de alcanzar el fondo de saco donde aparcarán los minibuses, coches y bicicletas.
Por ahora la temperatura está siendo más cálida que en años anteriores. En el hotel comemos en el patio sin apenas necesidad de jersey, lo que se agradece mucho. Y la comida, buenísima; no sé si es por el hambre que traemos o qué, pero a todos nos sabe a gloria. Por la tarde, ya estamos a pleno rendimiento en la sala de trabajo que bautizamos como el “Chiringuito” (antes la Harwa). Como la misión arqueológica belga todavía no ha llegado y los alemanes este año son un grupo muy reducido, el wifi del hotel funciona mejor que nunca. La verdad es que en el Marsam estamos de lujo. Klaus y Birte lo llevan fenomenal, cada vez está más cuidado y bonito, y sobre todo los camareros son un encanto: Hamdaka, Khaled, Heron, Mudi, Mahmoud, Yousef… Ellos son la auténtica alma del Marsam, se desviven por hacernos la vida más cómoda y siempre con una sonrisa. Una suerte estar aquí.