10 febrero 2017

Hoy nos hemos animado para subir a la montaña un grupo grande del equipo. Antes no había problema y se hacía sin más, pero ahora la policía lo tiene prohibido, por lo que hemos tenido que solicitarlo de antemano y conseguir que un guarda de la zona nos acompañara. Por un malentendido de los que son ya relativamente habituales este año, el guarda nos ha acabado dando un rodeo y nos ha hecho andar mucho más de lo esperado. Cinco horas y media subiendo y bajando laderas empinadas de pedregales, bajo un sol que ya aprieta con intensidad. Pero, al alcanzar la cima, se te olvida todo y pasas del agotamiento a la euforia y al placer de disfrutar de unas vistas únicas del valle, de sentir el aire fresco en la cara. La sensación de libertad es total.

Hemos vuelto al Marsam a la una y media de la tarde. No sé cómo, pero a Joan todavía le quedaban fuerzas y ánimos para preparar una paella de las suyas, riquísimas. Y no defraudó, esta riquísima. Y la comenzamos con cava y la rematamos con Ribera del Duero que nos han traído María José y Juanjo, dos amigos que nos visitan estos días. La sobremesa se alargó hasta caída la tarde, entre risas e historias, hasta que una luna plateada casi llena hizo su aparición entre las palmeras para despedir un gran día.