10 enero 2005

Trabajo de gabinete

Poco a poco los componentes del equipo han ido apareciendo por el despacho de José Manuel. A pesar de ser el día de la vuelta al cole después de las vacaciones de Navidad, el tráfico no circulaba demasiado mal. Tal vez se debiera al hecho de que entrar en la ciudad se ha convertido en una verdadero odisea y puede decirse que Madrid está hoy sitiada, pues los accesos son un macabro embudo de personas. Todavía quedaban un par de maletas (o maletones) por cerrar, revisarlo todo una vez más y marcar los veinticuatro bultos que nos llevábamos. Lo más complicado fue embalar el artilugio que Carlos y Juan, los arquitectos, han diseñado y fabricado para tratar de cerrar el agujero en la montaña por el que caen la tierra y las piedras dentro de la cámara más interna de la tumba de Djehuty. Se trata de una especie de “supositorio” de fibra de vidrio que, sobre la boca del agujero en la montaña, irá colgado de un par de polipastos y se irá bajando a medida que vayamos quitando escombros desde dentro de la tumba. El “supositorio” se rellenará con hormigón, dejando un orificio en el centro por el que se introducirá una micro cámara digital que irá mostrando en un ordenador imágenes de lo que hay entre la superficie de la montaña y la tumba de Djehuty: ¿tal vez otra tumba excavada más arriba? El artilugio mide un metro de alto y ochenta centímetros de diámetro, y los polipastos y sus respectivas cadenas pesaban lo suyo. Cargamos todo en la camioneta de Jorge Lacruz, un peruano encantador y muy dispuesto, y llegamos a Barajas a la una y cuarto de la tarde. Egyptair abrió la facturación a las dos en punto, y comenzaron entonces nuestros problemas con el sobrepeso del equipaje. Hoy viajábamos nueve y llevábamos poco más de 600 kilos. La negociación fue más que dura y, aunque los de Egyptair insistían en que nos estaban haciendo un trato de favor muy especial, como nos habían prometido que harían, acabamos pagando más de lo esperado. Cada pasajero teóricamente tiene derecho a 20 kilos, y a nosotros nos permitieron llevar sin pagar 40 kilos a cada uno. Pero, ¿cuántas veces hemos visto a gente llevar unos maletones impresionantes y, sin recomendación que valga, nadie les ha dicho nada, no han pagado ni un duro, y tan contentos? Y aquí hay que añadir que el avión iba medio vacío. En fin. No es la primera vez. Ya es parte de la expedición. Tras un vuelo agradable, aterrizamos en Luxor a las once y media de la noche hora local (una más que en España). Una hora después, habíamos pasado la aduana sin excesivos problemas y cargado todos los bultos sobre la camioneta de Badauy y sobre el pobre Peugeot de Alá. El reencuentro con Alí y Alá, como todos los años, fue muy emotivo. Alí, como siempre, vestido a la usanza del sur, con turbante blanco y una pañoleta cayendo sobre su túnica oscura. Alá nos sorprendió con un gorrito pakistaní, siempre dando la nota. Pasamos sin problemas el puesto fronterizo antes de cruzar el puente y pasamos a la otra orilla. Las carreteras estaban casi vacías y daban la impresión de estar muy limpias, tal vez porque era ya muy de noche. Al llegar al Marsam, ocupamos las mismas habitaciones del año pasado. Bajamos el equipaje y todavía nos tomamos un té con Alí, Alá y los chicos que llevan el hotel.