1 febrero 2004

Trabajo de gabinete

Hoy es el Aaid, una fiesta muy importante en el calendario religioso musulmán, pues se celebra que Dios intervino para que Abraham no sacrificara a su hijo Ismael en el monte Arafat el día anterior (la fiesta de ayer). Las familias se reúnen para sacrificar un animal, generalmente un cordero grande (como hiciera Abraham), pero también podría ser un camello si son muchos. El animal se sacrifica a la puerta de la casa y las palmas de las manos se mojan en la sangre, para luego plasmarlas en la pared de la entrada. La tradición dicta que parte se le debe regalar a los vecinos o amigos menos pudientes. Pero lo más importante es que las familias acuden juntos al cementerios para compartir el banquete con los antepasados. Las puertas del campo santo se abren de par en par, rodeadas de tenderetes de colores que venden todo tipo de artículos de fiesta, y las familias entran en grupo vestidas de domingo y se acomodan junto a las tumbas de padres y abuelos.

Nosotros hemos estado toda la mañana trabajando en el Marsam. A eso de la una, un grupo se ha acercado al “Ibicenco”, la cafetería de Mohamed junto a Medinet Habu, que es donde dan la cerveza Stella más fresquita, en una terraza muy acogedora.

Alí nos ha invitado a todos, trece, a cenar a su casa y nos ha insistido en que hoy no comiéramos al medio día, para así poder estar a la altura de las circunstancias en su mesa. Buscando el término de medio, que es donde algunos creen que está la virtud, hemos organizado en la suite Harwa un pequeño aperitivo español, a base de sobrasada de Bennisa, paté de Salamanca, queso manchego y jamón serrano. Todo ello regado con dos botellas de tinto de Cigales que nos trajo Encarna, la mujer de nuestro mejor arquitecto.

En casa de Alí, un año más, nos han agasajado por todo lo alto. Hemos disfrutado de una excelente comida egipcia y de la compañía de una familia verdaderamente entrañable y generosa.

Vida cotidiana