Hemos continuado la limpieza superficial de las tumbas que se abren detrás de donde estaba la última casa del poblado. Se trata sólo de retirar los papeles, plásticos y basura varia, para poder luego escanear el interior y sacar al menos un plano general de las tumbas. La basura también tiene su interés, si no arqueológico, al menos sí antropológico. Recogimos un par de vasijas con las que se cocinan las judías pintas (“foul”), lámparas de aceite, escobas hechas con ramas, esponjas de esparto, almohadas, una moneda mexicana y más cosas.
Las paredes y el techo de las tumbas están ennegrecidas, quemadas, lo que les da un carácter todavía más tétrico. Todas ellas están resultando ser mucho más grandes de lo que aventurábamos, con pozos, anexos y conexiones entre sí formando galerías. Un verdadero laberinto dentro de la montaña. Es verdaderamente llamativo e interesante cómo los habitantes de las casas modernas reutilizaron las tumbas antiguas y las fueron conectando ente sí, mezclando su uso como establo y almacén, con la búsqueda furtiva de antigüedades.
Carmen sigue dibujando los relieves e inscripciones de las paredes de la tumba de Djehuty, hoy ya sin la ayuda de José Miguel, pues se fue ayer de vuelta a Sevilla. Los dibujos epigráficos llevan mucho tiempo, pero es un tiempo bien empleado, pues los dibujos son perfectos para la publicación de la tumba. Después de ver las tumbas ennegrecidas, da gusto entrar en la tumba de Djehuty, tan bien iluminada con luces led.