Ayer en el hotel tuvimos una cena-fiesta de confraternización con el equipo belga y con algunos de la misión suiza. Los primeros trabajan en una tumba en Gurna, la de Sennefer, alcalde de Tebas en época de Amenhotep II, y los segundos en el Valle de los Reyes. A pesar de acostarnos tarde, hoy hemos vuelto a madrugar y desayunar temprano, pues un grupo grande habíamos organizado subir a la montaña del Qurna. Comenzamos el camino en Deir el-Bahari, acompañados por un policía. El primer repecho es bastante empinado y el calor ya apretaba desde temprano, pero las vistas que vas consiguiendo a medida que vas subiendo la colina son tan fantásticas que se te van pasando las penas. El templo aterrazado de Hatshepsut a los pies del farallón rocoso son de una belleza espectacular. Coronamos el primer nivel y recorrimos por encima el templo. Un verdadero lujo.
Cuando llegamos a la altura de Deir el-Medina nos dividimos, y un grupo prefirió bajarse a ver tumbas, mientras otros seguimos la marcha hasta la cima. Hay un par de pasos difíciles en los que tienen que usar las manos para trepar, pero la subida no supone mayor esfuerzo que el de la pendiente y el calor. Y una vez arriba, sentir la suave brisa fresca del norte dándote en la cara hace que en pocos minutos tu cuerpo se recomponga y puedas disfrutar plenamente de las vistas del valle del Nilo y, con tan sólo girarte, también de las colinas pedregosas y de los wadis del desierto.
Estar en Luxor durante varias semanas, con tiempo, es una gran suerte, pues en un área relativamente pequeña, tienes infinidad de monumentos y paisajes. Y luego el oasis de nuestro querido Marsam, que ya con sólo entrar en el patio sientes una paz como en pocos sitios. Después de comer, unos se echaron un rato, pues todavía algunos siguen tocados de la gripe, y otros nos pusimos a aporrear las teclas del ordenador. Nos espera una semana dura, de calor y, esperemos, que también de buenas noticias y sorpresas.